Mis hijos son ya unos minicupleteros y por lo tanto les
encanta ir al cine, aunque sea a ver una peli mala. Como a mi, vaya. Por eso
cuando salimos de la sala y les pregunto si les ha gustado la película ellos
siempre responden “sí, mucho”. Así que mi táctica para medir su grado de placer
consiste no en preguntar, sino en contar el número de veces que se recolocan en
la butaca durante la proyección. Con este método me sale que Frozen les ha gustado bastante, pero no
les ha vuelto locos.
Hace tiempo que las productoras de animación saben que la
batalla de taquilla se libra tanto entre los niños como entre los adultos que acompañan
a aquéllos. En este aspecto, hay títulos que son un auténtico festival de
sincronización entre gustos infantiles y adultos, con infinidad de guiños y
sabia ironía que hacen las delicias de papá acompañante o a veces casi pastor
de ruidosas pandillas. Indicando el camino de este subgénero estaba ya El Libro de la Selva, pero en su cima yo
pongo Shrek (sólo las dos primeras), Madagascar (ídem) y Toy Story (la trilogía completa).
Tal vez por el ansia de hacerse un hueco en ese Olimpo, Frozen propone una historia con una
trama algo enrevesada y lenta para niños acostumbrados al ritmo de Bob Esponja.
Y como los productores son muy listos y saben que transcurrido ya un tercio de
la película están a punto de perder la atención de los más pequeños, se sacan
de la manga uno de esos personajes secundarios graciosetes sobre los que recae la responsabilidad de
recuperar la atención de la chavalada. En este caso el encargado de la misión
es Olaf, el muñeco de nieve (¿vivo?) amigo de los niños que bordea la línea de
lo odioso en casi todo momento. Así que
como tengo un problema de ritmo meto un payasete que me amenice la audiencia… o
sea que tapo un error con otro error . Mal.
Por acabar con lo que no me gustó, diré que todas las
canciones menos dos me parecieron auténticos laxantes. De esta escatológica
categoría salvo Libre Soy, que es
bien chula, y En Verano por lo
divertida que es. Las ensoñaciones veraniegas de un muñeco hecho de helada
nieve merecen la pena verse… ¿No se
siente todo el mundo identificado?
Anhelamos la idea de algo que nos falta de modo absolutamente
estúpido tantas veces…
Ya no hay películas de animación malas técnicamente
hablando, pero sí desacertadas en su diseño gráfico. No es el caso de Frozen,
que tiene una gráfica preciosa y muy sugerente.
Hay otros grandes aciertos. Un cuento de hadas con no una
princesa, sino dos, y con no un príncipe, sino dos: uno
aristócrata y otro proletario. Esos 4
protagonistas evolucionan e interactúan de forma original, sorprendente incluso
en muchos momentos.
La moraleja de la historia es muy contemporánea, toda una lección de inteligencia emocional:
las emociones hay que gestionarlas, nunca anestesiarlas, ni siquiera por un
bien que parezca mayor. Bello mensaje, ¿no?
Pero lo mejor de todo para mi, un auténtico soplo de aire frozen: por fin un cuento en el que un
beso “de amor verdadero” es algo distinto. Algo distinto del amor joven,
heterosexual y monógamo que es lo que se nos ha intentado inculcar hasta náusea
que es el verdadero amor. Descomunal estupidez, porque el amor sea como sea y
sea entre quien sea , es siempre verdadero. Y si no, es que no es amor.
Siempre pensé que la historia del "verdadero amor" fue inventado por padres que no querían que sus hijas se restregaran con cualquiera a los 15....
ResponderEliminarJajaja
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