martes, 28 de enero de 2014

Frozen


Mis hijos son ya unos minicupleteros y por lo tanto les encanta ir al cine, aunque sea a ver una peli mala. Como a mi, vaya. Por eso cuando salimos de la sala y les pregunto si les ha gustado la película ellos siempre responden “sí, mucho”. Así que mi táctica para medir su grado de placer consiste no en preguntar, sino en contar el número de veces que se recolocan en la butaca durante la proyección. Con este método me sale que Frozen les ha gustado bastante, pero no les ha vuelto locos.

Hace tiempo que las productoras de animación saben que la batalla de taquilla se libra tanto entre los niños como entre los adultos que acompañan a aquéllos. En este aspecto, hay títulos que son un auténtico festival de sincronización entre gustos infantiles y adultos, con infinidad de guiños y sabia ironía que hacen las delicias de papá acompañante o a veces casi pastor de ruidosas pandillas. Indicando el camino de este subgénero estaba ya El Libro de la Selva, pero en su cima yo pongo Shrek (sólo las dos primeras), Madagascar (ídem) y Toy Story (la trilogía completa).

Tal vez por el ansia de hacerse un hueco en ese Olimpo, Frozen propone una historia con una trama algo enrevesada y lenta para niños acostumbrados al ritmo de Bob Esponja. Y como los productores son muy listos y saben que transcurrido ya un tercio de la película están a punto de perder la atención de los más pequeños, se sacan de la manga uno de esos personajes secundarios graciosetes  sobre los que recae la responsabilidad de recuperar la atención de la chavalada. En este caso el encargado de la misión es Olaf, el muñeco de nieve (¿vivo?) amigo de los niños que bordea la línea de lo odioso en casi todo momento.  Así que como tengo un problema de ritmo meto un payasete que me amenice la audiencia… o sea que tapo un error con otro error . Mal.

Por acabar con lo que no me gustó, diré que todas las canciones menos dos me parecieron auténticos laxantes. De esta escatológica categoría salvo Libre Soy, que es bien chula, y En Verano por lo divertida que es. Las ensoñaciones veraniegas de un muñeco hecho de helada nieve merecen la pena verse…  ¿No se siente todo el mundo identificado?  Anhelamos la idea de algo que nos falta de modo absolutamente estúpido  tantas  veces… 

Ya no hay películas de animación malas técnicamente hablando, pero sí desacertadas en su diseño gráfico. No es el caso de Frozen, que tiene una gráfica preciosa y muy sugerente. 
Hay otros grandes aciertos. Un cuento de hadas con no una princesa, sino  dos,  y con no un príncipe, sino dos: uno aristócrata y otro proletario.  Esos 4 protagonistas evolucionan e interactúan de forma original, sorprendente incluso en muchos momentos.

La moraleja de la historia es muy contemporánea,  toda una lección de inteligencia emocional: las emociones hay que gestionarlas, nunca anestesiarlas, ni siquiera por un bien que parezca mayor. Bello mensaje, ¿no?


Pero lo mejor de todo para mi, un auténtico soplo de aire frozen: por fin un cuento en el que un beso “de amor verdadero” es algo distinto. Algo distinto del amor joven, heterosexual y monógamo que es lo que se nos ha intentado inculcar hasta náusea que es el verdadero amor. Descomunal estupidez, porque el amor sea como sea y sea entre quien sea , es siempre verdadero. Y si no, es que no es amor.  

2 comentarios:

  1. Siempre pensé que la historia del "verdadero amor" fue inventado por padres que no querían que sus hijas se restregaran con cualquiera a los 15....

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