domingo, 27 de abril de 2014

Los Goonies

 
Necesitamos historias de aventuras. La incertidumbre ante el futuro de la cual somos totalmente conscientes (peaje a pagar por ser seres racionales) hace que necesitemos ejemplos de personajes que sortean dificultades y sobresaltos hasta llegar a buen fin. Sin una mínima cultura de la audacia que nos enseñe que merece la pena avanzar, aunque sea arriesgándose y transformándose, seríamos incapaces de avanzar… ¡ni tan siquiera de cruzar una calle! Viviríamos absolutamente paralizados. Pero además hay una edad, al final de la niñez y principio de la adolescencia en que necesitamos ración doble de aventuras. Nuestro cuerpo y nuestra mente cambian a tal velocidad que no sólo no sabemos hacia dónde vamos, sino tampoco con qué contamos: ni lo que seremos ni tan siquiera lo que somos en ese momento.  Es un aterrador proceso de cambio que llamamos “crecer”. Afortunadamente hemos inventado las historias de aventuras, que no sólo entretienen y emocionan, sino que ayudan a confiar en que todo cambio puede ser a mejor. ¡Qué alivio! En este aspecto Los Goonies son una referencia imprescindible para mi, y creo que para toda mi generación. 
El cine de aventuras es principalmente exótico. Tiene lugar en otras épocas (imperio romano, conquista del Oeste, edad media…) o en otros lugares (los mares del sur, la Tierra Media, una galaxia lejana muy muy lejana…) y los protagonizan tipos con una capacidad viajera inalcanzable (Indiana Jones, James Bond o Jason Bourne no pisan menos de 2 continentes en cada peli), a veces incluso hasta viajera en el tiempo (Marty McFly). El recurso del exotismo es muy eficaz para conseguir una mayor y mejor evasión del espectador respecto de su gris y monótona realidad. Y lo digo como algo bueno, yo adoro viajar en el cine en tiempo y espacio.
Pero hay otro género de aventuras que podríamos llamar locales, que ocurren debajo de tu cama. Este género es muy difícil porque se corre constantemente el riesgo de quedarse en lo demasiado cotidiano y por lo tanto aburrido, y es aquí donde Los Goonies ocupa un lugar de honor. Muchas pelis quisieron (y quieren) ser Los Goonies pero sólo una lo consiguió. En el subgénero de pandillas de amigos que viven aventuras a un radio de un paseo en bici desde su casa no existe rival, y es que esta película tiene una acumulación de aciertos impresionante.
Presentar a un grupo de niños-adolescentes resabiados que hacen su vida, sin que resulten personajes cursis y pedantes no es sencillo, y Los Goonies lo consigue. Suficientemente gamberros como para no resultar dóciles pero suficientemente buenazos como para no rezumar delincuencia juvenil. No están salidos como los de Porky’s, pero tampoco son unos mojigatos. De clase media para conectar con la inmensa mayoría de la población, pero no tan acomodados como para resultar irritantes. Convencionales pero no tanto, modernos pero no tanto. Incluso arriesga al poner en su banda sonora a Cindy Lauper, bandera absoluta de la modernidad en aquel  1985. Recomiendo muy cupleteramente ver esa marcianada de videoclip de The Goonies ‘R’ Good Enough que junta a los goonies, la Lauper, Spielberg y varias estrellas de la lucha libre americana de la época incluyendo a André el Gigante. Maravilloso.
La historia hace codearse a nuestros jóvenes héroes con personajes marginales en la tradición de lo que ocurre en Tom Sawyer , Los Tres Investigadores o Los Cinco, pero perfectamente actualizados, sin necesidad de hacer moñeces como ir de pic-nic a tomar pastel de jengibre y beber zarzaparrilla (¿pero qué demonios es eso?). No sólo eso, sino que la trama da convincentemente el salto desde ahí, desde la aventura de pueblo, a la de piratas sin salir del término municipal.
Otro grandísimo acierto es la heterogeneidad de la pandilla que se forma, que junta chavales de distintas razas, sexos, edades, tallas (¡impagable el supermeneo de Gordi!) y hasta cocientes intelectuales (bellísima la integración de ese Sloth inicialmente monstuoso).  Ello enriquece muchísimo la interacción entre personajes y ayuda a conectar con un amplísimo espectro de público.
La dirección de Richard Donner es absolutamente trepidante: no da un respiro. Sólo necesita lo que duran los títulos de crédito iniciales para presentar perfectamente a todos los personajes de forma magistralmente ágil. Y luego directos al lío, sin parar hasta desactivar una banda de malhechores y reflotar un buque pirata.
Por todas estas razones y seguramente muchas más, esta película hizo exclamar al joven Cupletero de 10 años al salir del cine: “¡os-tras, cómo ha chanado!” Pero no sólo nos gustó de niños, sino que nos hace volver a ser niños cada vez que la vemos, y eso es un mérito extraordinario. ¿Habéis intentado volver a ver El Coche Fantástico, V o El Equipo A? No lo hagáis, es desolador .
Inesperadamente, esta película y el paso del tiempo guardan una importante enseñanza: no todos los niños guapitos se convierten en apuestos hombretones, ni viceversa. Sean Austin (Mikey) está hoy en día hecho un… bueno, un Samsagaz Gamyi. Sin embargo Jeff Cohen (Gordi) es uno de esos calvos interesantes… ¡y delgado! Nada es para siempre.
Hace pocos días se confirmó que está en marcha el proyecto Goonies 2, con Spielberg y Donner nuevamente al frente.  ¡Qué manía con sobar lo que un día funcionó! No os va a salir nada ni la mitad de bueno, y vais a cabrear al Cupletero pero bien. Luego cuando os retire la palabra os quejaréis.
 
 

miércoles, 16 de abril de 2014

Tren de Noche a Lisboa


Hoy estrenan Tren de Noche a Lisboa y empiezan las vacaciones de Semana Santa. “Vacaciones de Semana Santa” es lo que en España llamamos a esos 2 días no laborables que hay en primavera en fecha variable para que a uno no le quede más remedio que andar preguntando desde el día de Reyes “¿sabe alguien en qué fechas cae este año Semana Santa?”.  O sea que son una vacaciones cortas, y por lo tanto recomiendo no perder ni un minuto en ir a ver esta película.

En el cine actual  hay que desconfiar mucho de dos cosas: los repartos estelares  y las localizaciones pintorescas.  Tren de Noche a Lisboa cuenta con ambas.

Entre los secundarios de lujo encontramos a Christopher Lee, el eterno Drácula, o Saruman para las nuevas generaciones, que en esta ocasión cambia colmillos y magia por alzacuellos. Y sobre todo tenemos a Charlotte Rampling, una de mis grandes debilidades. Bellísima y elegante mujer que además ha sido obsequiada con el don de envejecer bien, que no es envejecer poco o aparentar menos edad, en contra de lo que piensan algunos. En ella el tiempo se ha ido asentando de forma armónica, dejando intacta su esencia de mujer inteligente y misteriosa tanto como bella, pero sin disimulos ni trampantojos respecto a su madurez. Una de mis indiscutibles dentro de la categoría de actrices senior.

Tren de Noche a Lisboa también tiene la suerte de contar con una de mis actrices favoritas dentro de aquellas que están ya abandonado  la categoría junior: Mélanie Laurent. La actual chica de moda en Francia, pero para mi, sobre todo, la maldita bastarda de Tarantino. Muy correcta actriz y con una belleza que mantiene un difícil equilibrio entre lo angelical y lo arrogante como sólo las lolitas y post-lolitas francesas pueden hacer. A mi, desde luego, esta chica me desarma.

El gran reclamo de la película es, evidentemente,  Jeremy Irons, actor con una legión de fans y que yo reconozco como gran actor, pero que sin embargo me suele dejar tibio como un café de ayer.  Tal vez porque supo que el Cupletero acudiría a la première de esta película en Madrid (gracias Apía, gracias Carmen), Irons decidió acudir también al pase. Como ya he dicho, no es uno de mis predilectos, pero su presencia y sus palabras previas a la proyección de la película fueron lo mejor del evento. Muy elegante (no me refiero a bien vestido, que también, sino a su actitud) pronunció con su hermosa voz pausada bellas palabras sobre una película que él ha protagonizado pero que evidentemente no ha visto.  

Las muy fotogénicas ciudades de Lisboa y Berna son el telón de fondo de la historia, que alterna una trama de investigación en la actualidad con otra de resistencia revolucionaria de tiempos de la dictadura portuguesa. Así visto, la idea no es mala y además es de agradecer que se trate en el cine el tema de Salazar y la Revolución de los Claveles (el levantamiento que tumbó el régimen de aquél) , que es algo de lo que, en general, sabemos insultantemente poco.  Nuestros vecinos ibéricos no se merecen, de ninguna manera, la indiferencia con que les tratamos a ellos y a su historia, la verdad.  

Por una parte, el problema de Tren de Noche a Lisboa es que es una película de grandes actores pero con interpretaciones  que nos son nada excepcionales. No pasan de correctas. Pero el gran problema de la peli es que el guion sobre el que se apoya el relato es blando, desestructurado e incomprensiblemente aleatorio. Los acontecimientos ocurren porque sí y la trama avanza (a duras penas) gracias a casualidades absurdas y a recursos argumentales  increíbles (¿cuentas tu vida a la señora que te gradúa las gafas en la primera visita? ¿hola?). Lo inverosímil en cine no es malo, en principio, sino más bien una licencia que perdonamos a cambio de acción, entretenimiento o pasión.  Pero es que Tren de Noche a Lisboa no tiene nada de eso: la trama resulta lenta y los diálogos tediosos (¡eternos!), por no hablar de las soporíferas lecturas en off de textos de una belleza supuestamente sublime. 

Otra cosa, ¿seguro que hay un tren nocturno que cubra el trayecto Berna-Lisboa? ¿2005 km en una noche? No sé, yo de esta película no me creo nada.

sábado, 12 de abril de 2014

Crónicas Diplomáticas



Entre los estrenos de la semana pasada tenemos Crónicas Diplomáticas (Quai d’Orsay en versión original, como ya todos habréis adivinado). Es una comedia francesa. Aquí ya muchos habrán dejado de leer, considerando un desvarío del Cupletero unir dos términos contrapuestos como son “comedia” por un lado, y “francesa” por otro.

En España nos cuesta muchísimo reírles la gracia a los franceses, en cualquier aspecto en general y en cine en particular. Para la potencia cinematográfica que es Francia, nos llegan relativamente pocas producciones a las salas españolas, estrenándose sólo películas muy avaladas por los festivales y la taquilla. Las comedias se estrellan con mucha frecuencia, pero cuando funcionan en taquilla lo hacen a lo grande. Ahí están Tres Solteros y un Biberón, Los Visitantes, Bienvenidos al Norte o Intocable, bombazos de taquilla todos también en nuestro país. Supongo que con la esperanza de convertirse en una de esas excepciones a la regla llega a nuestras pantallas Crónicas Diplomáticas.

La cinta llega avalada primeramente por la firma de Bertrand Tavernier, uno de los grandes nombre galos, autor de aquella delicia llamada Hoy Comienza Todo (Ça Commence Aujourd’hui). También trae un premio César debajo del brazo, el que consiguió Niels Arestrup como mejor actor de reparto. Es efectivamente un papelón el que intrepreta el veterano actor, que se mete en la piel de un eficaz y pausado diplomático de carrera. Otra medalla que muestra orgullosa la película es el premio del jurado al mejor guion en el Festival de San Sebastián, y ahí sí que no estoy de acuerdo.

El punto fuerte de la película es el dibujo de los personajes, los diálogos y algunos de los gags, francamente muy divertidos. Pero la historia parte de ningún sitio para llegar exactamente al mismo sitio, lo que hace que el tiempo entre gag y gag se haga largo. Y sobre todo carece de recorrido en los personajes y sus interrelaciones, que ni evolucionan, ni entran en crisis, ni se resuelven las tensiones sexuales sugeridas ni nada de nada.

Lo que sostiene (tal vez a duras penas) la película es sobre todo el gran Thierry Lhermitte en la piel de ese Ministro de Asuntos Exteriores claramente inspirado, al menos formalmente, en Dominique de Villepin. Elegante y seductor como sólo un político francés puede serlo, también es un charlatán  profesional, preocupado por transmitir dinamismo y determinación aunque detrás de esa imagen proyectada a la opinión pública no haya más que un enorme vacío mononeuronal. Obsesionado por reducir una realidad apabullantemente complicada a 3 conceptos que poder defender, no es de extrañar que tenga una apasionada relación de amor con los subrayadores fluorescentes. Precisamente su discurso entorno a estos alegres rotuladores es lo mejor de la película, en mi opinión.

Personajes, sí. Historia, no.

Y recordad que la francofonía y la gestualidad que ésta conlleva se llevan especialmente mal con los doblajes… El cine francés, o se ve en francés o no se ve. Eso, y a hacer la colada en una lavandería pública, son las dos cosas que aprendí durante mi cupletero Erasmus parisino.

viernes, 4 de abril de 2014

Noé

 
 

Me vais a perdonar, pero si no empiezo así, reviento: ¡hoy inunda nuestras salas el Diluvio Universal!
El que más y el que menos está familiarizado con el personaje que da título a la película, aunque sólo sea por esa canción de campamento de “… estando en cocodrilo y el orangután, dos pequeñas serpientes, y el águila real…”. Lo primero que hice después de ver la película fue ir directo a las fuentes y leer el pasaje correspondiente de El Génesis. Mis sospechas se confirmaron: Noé es un personaje con muy poco interés si uno se ciñe a lo que se cuenta de él en La Biblia. Un hombre que por justo y obediente es el elegido por Dios para sobrevivir, él y su estirpe, a la gran purga, al exterminio de aquel ser corrupto en que se ha convertido la especie humana. Y por ser el único con la suficiente disciplina como para darse la trabajera de construir el salvavidas de toda la fauna. Bondad, obediencia y tesón… de eso no sale una película. Pero aun así en Hollywood se empeñan en hacer una superproducción entera sobre este sumiso obrero.
Tienen mucho oficio y mucho dinero en la industria cinematográfica americana, y la producción tiene elementos suficientes para salir a flote (otra vez un símil náutico, no lo pude evitar). Pero no es una película redonda, ni mucho menos, y por desgracia está lastrada por desaciertos que a punto están de hacer naufragar el proyecto como si fuera el Costa Concordia (ahí  va otro, lo siento).
Entre esa carga sobrante que en mi opinión deberían haber evitado está sobre todo el tratamiento de Los Vigilantes, unos ángeles caídos que se nos presentan como una suerte de Transformers antediluvianos (literalmente) que son un injerto infame creado al 100% con tecnología digital y que además lo parecen. Es decir, que protagonizan escenas de acción que parecen partidas de Playstation.  A ver si nos enteramos de que el que todo se pueda hacer gracias a los efectos digitales no significa que todo se deba hacer gracias a los efectos digitales, porque lo que ocurre muchas veces es que lo que sale no es cine, es un videojuego de mierda.
Tampoco está conseguido un buen ritmo narrativo en la primera mitad de la película, que resulta lenta y predecible… claro, todos sabemos qué encargo recibirá Noé y de parte de quién, pero eso no es excusa. Muchas películas sobre hechos históricos que todos conocemos consiguen intriga y emoción. En este caso, para intentar compensar en parte esa carencia se intenta sorprender al espectador en el ámbito de lo formal, tirando de recursos visuales potentes pero un poco pasados y por tanto no muy sorprendentes, que dan a algunas partes de la película un aire de videoclip o de experimento tipo Koyaanisqatsi : cámara rápida, vista de pájaro… dudosamente eficaz.
A pesar de todo esto, salí del cine con la sensación de que eran más numerosos los aciertos que los errores. Me gustó mucho, para empezar, la dirección de arte y vestuario. El Antiguo Testamento pasa totalmente por encima de Darwin, así que, a ocho generaciones de distancia desde Adán y Eva, ¿en qué momento de la cadena evolutiva estábamos? ¿Éramos australopithecus?, ¿homo neanderthalensis?, ¿homo erectus?, ¿sapiens? Y nuestros utensilios, ¿cómo eran?, ¿de la Edad de Piedra?, ¿Edad de Bronce?, ¿baja Edad Media? La opción tradicional es ambientar estos relatos en algo así como una primera Edad Antigua: sandalias, túnicas, dagas de hierro… La muy acertada opción de Aranofsky es crear una atmósfera atemporal, de ropas y utensilios de un discreto eclecticismo, que tan pronto te recuerdan al Neolítico, como a la Era Industrial o incluso a un futuro post-apocalíptico.  
Pero sobre todo, el gran mérito de Aranofsky es enriquecer el personaje de Noé con elementos de duda, de fanatismo, de autocensura y de debilidad. En la segunda mitad de la película, el personaje, excelentemente encarnado por Russell Crowe, evoluciona hacia posiciones de tormento, autodestrucción  y conflicto muy interesantes.  Conflicto con su creador, con su familia y consigo mismo.  
Por otra parte, la historia gana interés respecto a El Génesis  por que se subraya y se alarga el conflicto entre los descendientes de Caín y de Set hasta más allá del Diluvio, lo que permite cierto suspense hasta el final.
También es muy de agradecer que se refuerce el papel de las mujeres, que en La Biblia no tienen ni nombre. El personaje de Ila (interpretada solventemente por Emma Watson) es imprescindible para que el relato tenga sus puntos de inflexión y poder escapar de la literalidad bíblica.  Y gran parte del interés de la película, para mi, está en Naameh, interpretada a la perfección por Jennifer Connelly, quien ya demostró su buena química con Crowe en Una Mente Maravillosa. Discreta y hasta anodina en la primera mitad, el personaje de Connelly pasa más tarde a la pista central y nos regala los mejores momentos interpretativos de la película cuando choca con su ya desquiciado compañero.  Soy gran admirador de Jennifer Connelly desde Dentro del Laberinto, como actriz y como mujer, y ese lunar que tiene, cielito lindo, junto a la boca me hace dar gracias por estar vivo cada vez que lo contemplo. No sé si me explico.
Así que esta superproducción quiere ser muchas cosas a la vez, y algunas de ellas sobran. Por otra parte falta seguramente determinación en su rumbo… ¡vaya, lo he vuelto a hacer!
Id al baño antes de entrar al cine, que con tanta agua…