sábado, 23 de julio de 2016

Gilda



Los clásicos por algo lo son, siempre. Son películas que hay que conocer y ya está, son deber y derecho de todo cinéfilo. A veces me cuesta percibir la excelencia en alguna de ellas, como por ejemplo Casablanca, que siempre me aburre, no lo puedo evitar. Para nada es el caso de Gilda (Charles Vidor, 1946), película que no hay más que contemplar y escuchar para disfrutar.

Una de las cosas en “el haber” de Ciudad de México es su Cineteca Nacional; un edificio precioso y bien equipado, con una programación amplia y variada. Por ejemplo, el fin de semana pasado proyectaban desde Julieta (Pedro Almodóvar) hasta Gilda pasando por Las Fresas Silvestres (Ingmar Bergman), todas en sala de cine grande, como debe ser. ¿Cabría mejor lugar para el Cupletero? Inexplicablemente, no había visto Gilda, o por lo menos no la había visto entera y bien. Así que allí acudí, a la Delegación de Coyoacán nada menos… o sea lejos. En México está todo lejos pero porque es muy grande, no es nada personal contra en inmigrante. 

“Ya no se hacen películas como las de antes” es una estúpida frase hecha que uno no tiene más remedio que abrazar de vez en cuando. Con ese ritmo sereno del cine de los años ’40, ese que te deja degustar la película a gusto, la trama avanza sin prisa pero sin pausa apoyada en un guion perfecto, estable como un roble bien enraizado. ¡Qué importante es un buen guion, un guion sedimentado! ¿No se está descuidando un poco eso en el cine actual?
No menos destacables son los diálogos, agudos y mordaces. En la vida diaria no hablamos así, no decimos cosas tan inteligentes… ¡pero para eso está el cine! Hoy en día se busca más la naturalidad, aunque cayendo muchas veces en la mediocridad y la vulgaridad, desgraciadamente. ¿O es que no habéis visto Tengo Ganas de Ti y A tres Metros Sobre el Cielo?

Perdonadme pero si no pongo algún ejemplo reviento: 

Mundson- [refiriéndose a su bastón con cuchillo secreto] es el amigo más fiel y obediente. Silencioso cuando quiero que guarde silencio, pero habla si quiero que hable.
Farrell (Glenn Ford)- ¿Es esa su idea de la amistad?
Mundson- Es esa mi idea de la amistad.
Farrell- Debe usted llevar una vida muy alegre…

O por qué no escoger: 

Mundson- ¿No le importa perder a una mujer?
Farrell- [mirando fijamente a Gilda] ¿Por qué me iba a importar? Las estadísticas dicen que hay más mujeres que ninguna otra cosa en el mundo… excepto insectos. 

Pero insectos como Rita Hayworth hay muy pocos, la verdad. Y es que gran parte de repercusión eterna de Gilda se la debemos a la Hayworth y su icónico papel. Cómo camina, cómo habla, cómo baila, cómo canta, cómo fuma, cómo mira, cómo levanta una ceja, cómo se quita un guante largo… todo lo que hace tiene una temperatura sensual y sexual increíble, que potenciada por su belleza física extrema (¡moderna!) hace de Gilda un papel absolutamente hipnótico y universal. 

Del reparto destaca inevitablemente Hayworth, claro está, pero son también memorables su compañero Glenn Ford (en su plenitud, ¡fantástico!) y todos los adorables secundarios. De entre éstos, me quedo con Steven Geray (Tío Pío), que borda el clásico personaje de sirviente que con inteligencia y sorna sirve de contrapunto de humor y sentido común a las cuitas de los protagonistas. 


Hagamos el esfuerzo de conocer los clásicos, vale la pena. Consumámoslos, disfrutémoslos y protejámoslos, porque son un tesoro de la memoria colectiva.