viernes, 26 de junio de 2015

Boyhood


 



Cuando supe de Boyhood y de su plan de rodaje de 12 años, el concepto que me vino fue “experimento”. Una película realizada durante ese periodo de tiempo podía ser una pirueta, un alarde o una curiosidad, pero no cine. Me equivoqué. Es puro cine, y del bueno.
Estira y pone a prueba los elementos temporales que, hasta ahora, condicionaban la naturaleza del rodaje y por lo tanto también de la narración cinematográfica, pero se mantiene fiel al resto de elementos. La épica, el ritmo, los giros argumentales… todo está en Boyhood. Lo que pasa es que en este caso , el relato no es la caída del Imperio Romano o el motín del Bounty, sino la vida misma.
Ellar Coltrane interpreta a Mason, el protagonista, que atraviesa ese periodo de crisis continua que es la niñez y la adolescencia. Literalmente vemos crecer a Mason/Coltrane delante de nuestros ojos. No es la dura historia de un niño que se cría en las calles de Calcuta, ni falta que hace, ya que una vida “normal” tiene suficientes retos (mudanzas, colegios nuevos, separaciones de los padres, novias…) como para resultar conmovedora, si se tiene la pericia de Richard Linklater, su director.
No sólo cuenta Boyhood  la aventura de crecer. Las adultas vidas de los padres de Mason,  Ethan Hawke y Patricia Arquette, aparecen como tramas secundarias que nos cuentan, en pocas pero efectivas pinceladas, todos los desafíos, sacrificios y renuncias que conlleva ser padre. También sus recompensas emocionales, claro.
 
Hacer crecer y envejecer a los actores delante de la cámara es un recurso expresivo novedoso y poderosísimo, que duda cabe, pero no es el único remarcable de Boyhood. En las películas de historias “domésticas” domina normalmente el tono lírico en la narración, pero en este caso domina claramente la épica. Ese tono épico, tratando sobre la cotidianidad, es algo que atrapa al espectador de forma muy especial.
Linklater dirigió Antes de Amanecer (1994) y sus dos secuelas (¿qué haría este tipo sin Ethan Hawke?), así que siempre se ha mostrado más interesado por los diálogos y la reflexión que por las explosiones y las invasiones alienígenas. Boyhood es por lo tanto un paso adelante muy valiente pero también muy consecuente con su trayectoria.
Patricia Arquette ganó muy merecidamente el Oscar 2014 a la Mejor  Actriz Secundaria, pero el trabajo de sus compañeros de reparto es igualmente excelente. Ethan Hawke hubiera merecido otro, tan sólo por la secuencia en la que habla de sexo con su hija, la sobresaliente también Lorelei Linklater (sí, la hija del director).
 
Me encantó la peli, como veis, pero no al 100%. El buenrollismo instantáneo del tan mitificado College gringo me pareció un atajo facilón al happy end que no está para nada a la altura de la calidad general de la película.
Me descoloca un poco también, dentro de esta épica de la normalidad, algo que me parece una pequeña trampa del guion: el niño quiere ser artista. Claro, y el arte es a lo que se agarra el chico para apuntalar su personalidad en la zozobra dieciseisañera. ¿Pero a qué nos agarramos ese 99,99 % de la población que no sentimos una pulsión artística fuerte que dé sentido a nuestro morar? ¿Cómo resolvemos la incertidumbre los niños no artistas?
Ojalá Linklater se decida a contárnoslo, pero espero que no nos haga esperar otros 12 años.
 

 


jueves, 11 de junio de 2015

La Lucha


Aprovechando la visita de mi hermana y de mi cuñado a la Ciudad de México, fuimos a ver algo que teníamos pendiente desde nuestro primer día de expatriación: La Lucha. Así, a secas, es como se nombra aquí a la lucha libre mejicana. Y os aseguro que es una maravilla tan cupletera que no das crédito.

Más que a un teatro o a un pabellón deportivo, el Arena México se parece a una plaza de toros de pueblo, pero cuadrada y entre medianeras (formando parte de una “cuadra”).  Los días de Lucha, las inmediaciones del Arena son un bullicio de público comprando su entrada, vendedores callejeros de todo tipo de merchandising  luchón, coches en triple fila, polis haciendo como que ordenan el tráfico, reventas, pedigüeños… 

Unos acomodadores centenarios encuentran tu lugar, insisten en que se merecen más propina, y luego del forcejeo ya empieza el show. Gracias a que aquí la explotación infantil no está tan mal vista como en otros lugares, la espera hasta el comienzo del espectáculo es amenizada por unos niños danzarines vestidos de cowboys… lo típico.

Como todo el mundo sabe, los “combates” no son tales, sino coreografías circenses que siguen un guion preestablecido. Pero ¿y qué?, también las elecciones mexicanas están amañadas y no pasa nada. Y verdaderamente, que sea “falso” no le quita el mérito acrobático, que tienen y mucho los vuelos y caídas de los luchadores.

El circo consiste en 5 combates, siempre en grupo, que van desde los de 2 contra 2 hasta los de 18 luchadores en el ring, todos contra todos. Para rebajar el nivel de testosterona y anabolizantes del espectáculo, los combates son anunciados por unas macizas escuetas de ropa que muestran, entre otras cosas, las pancartas correspondientes.

El espectáculo no está sólo en el ring, sino en el propio público, que no para de gritar, animar y abuchear. La frase “chinga a tu madre, pendejo” es usada sin medida alguna.

Algo fascinante de La Lucha es que prácticamente todos los luchadores son enmascarados, ya sean de la “esquina técnica” (los buenos) o de la “esquina ruda” (los malos). ¡En el wrestling de los U.S.A.  sería impensable un luchador bueno a cara cubierta!

Los nombres de los luchadores podrían considerarse la 8ª maravilla del mundo: Sagrado, Luciferno, La Sombra, Euforia, Virus… ¡qué de talento metido en esto!

Además de dividirse en “técnicos” y “rudos”, existe otra división que detectó perfectamente mi cuñado Miguel, que es entre “cachas” y “gordifuertes”. Estos últimos encajan aún mejor que los primeros en el ambiente ligeramente decadente y trasnochado que inunda todo.

Y es que en la era del Ipad, un espectáculo tan de carne y hueso, tan de lycra brillante, tan ingenuo y tan anacrónico, tiene un encanto irresistible.

En México da la impresión de que todo está pasado de vueltas, de manera que cuando uno no espera sorpresas, las hay; y cuando uno espera algo sorprendente, pues lo que encuentra es una marcianada total. El momento de máxima estupefacción por mi parte en La Lucha fue uno protagonizado por Místico, el luchador estrella de la noche. Entre combate y combate, se proyectaban, en una pantalla gigante, vídeos promocionales de Lucha, homenajes a gente de la Lucha, y demás.  Pues bien, entre esos vídeos se encontraba una joya. Se trataba de una campaña de concienciación de la importancia de la lectura infantil, en el que se veía al mismísimo Místico, ataviado (o desataviado) con su equipación completa de luchador  (botas, calzón, máscara y nada más), sentado en la biblioteca de un colegio, charlando distendidamente con un niño sobre las bondades de leer y estudiar.

Os lo digo, en México uno se queda loco cada dos por tres.