martes, 28 de enero de 2014

El Planeta de los Simios


Los finales son difíciles. Hay muchos finales malos, incontables finales mediocres, algunos finales buenos y un puñado de excelentes finales. Por encima de esta categoría se encuentra el final de El Planeta de los Simios: el 10 de los finales. La primera vez que vi El Planeta de los Simios fue en la tele (soy un cinéfilo más de sofá que de filmoteca, qué le voy a hacer) y me quedé literalmente boquiabierto, mirando a rápidas ráfagas a mi madre, que por supuesto sí conocía ese desenlace, buscando una confirmación al “¿lo estoy entendiendo bien?” que sacudía mi cabeza. Recuerdo nítidamente cómo ella asentía mientras se le escapaba esa media sonrisa de quien sabe que está asistiendo a un momento único, porque no se puede experimentar por segunda vez ese puñetazo en la cara que es contemplar por primera vez el plano final de este peliculón. 

La primera tentación es pensar que este final extraordinario lo es porque la novela sobre la que se basa así lo decía. No es así, la novela tiene un gran final sorpresa pero no es el mismo. El final cinematográfico añade una vuelta de tuerca más, pero sobre todo está contado mucho mejor: sin prisa, dando eficaz y progresivamente la información necesaria y sólo la necesaria. Y todo ello envuelto en esa banda sonora atonal, estridente y desquiciante del gran Jerry Goldsmith. 

El final del remake de 2001 se parece más al de la novela, creo recordar. Y digo “creo” porque apenas recuerdo nada de aquella versión, y eso que yo soy muy de Tim Burton. Me lo pasé bien en el cine pero no volví a pensar en esa película nunca en mi vida. Es un mal muy común a los remakes, en los que se cuenta una misma historia con más medios, más efectos especiales, más acción,  más espectáculo…  pero menos alma, menos cine. 

El Planeta de los Simios parece una historia de ciencia ficción que narra un viaje intergaláctico de 2000 años y las aventuras de la tripulación de la nave después de aterrizar en un mundo extraño y hostil. Y lo es, es una buena película de acción, pero también y sobre todo es el viaje desde el discurso inicial, cínico pero esperanzado, hasta la desgarradora maldición de la última secuencia. El Planeta de los Simios se estrenó en 1968, mientras en Francia tenían el mayo de todos los mayos, y en EEUU la contestación ciudadana contra la guerra de Vietnam no hacía más que crecer. En este contexto de agitación social llega esta peli con aspecto de inofensiva peli de acción comercial, pero que sin embargo es una auténtica película-protesta, con una carga crítica descomunal. 

En una lectura meramente literal, empezamos con el corto pero demoledor discurso antibelicista de Taylor antes de hibernarse, esperando despertar en un mundo mejor y dirigiéndose a una generación que espera sea mejor que la suya pregunta: “¿continúa el hombre combatiendo contra sus hermanos y dejando morir de hambre a los hijos de su vecino?”. Y cuando llegamos al final este viaje, ese hombre absolutamente derrotado, arrodillado en la playa, clama ese inolvidable “¡yo os maldigo, os maldigo a TODOS!”. No queda entonces nada de la ligera esperanza que albergaba ese Taylor reflexivo, inteligente y cínico pero que necesitaba creer que “debía existir en algún lugar del universo algo mejor que el Hombre”. Cuando ves a todo un Charlton Heston arrodillarse semidesnudo y hundir la cabeza entre sus hombros para gemir esas palabras sólo puedes pensar que efectivamente, no existe solución para el ser humano. 

La carga crítica de la película no termina ahí, en el plano literal. El mundo en el que aterriza Taylor es una sociedad enferma. Los gorilas son la especie que ejerce la fuerza para mantener el orden. Los orangutanes constituyen la clase que legisla pero también juzga, y además dirigen la ciencia y la fe para dominar a través del miedo. Y finalmente los chimpancés, que constituyen una estudiosa y laboriosa clase media, con sensibilidad e inteligencia, pero sin fuerza para tomar el control. Vamos, ya veis que pura ciencia ficción, nada que guarde el más mínimo parecido con nuestro orden social… ¿verdad que no? 

Esta gran película no sería ni la sombra de lo que es si no fuera por la acertadísima elección de Charlton Heston para interpretar a Taylor. No encontraréis mucha gente que lo tenga entre sus actores favoritos, pero yo sí lo tengo en esa categoría. Se le tacha de hierático e inexpresivo y de tener escasos registros. Yo digo sin embargo que no los necesitaba, que es uno de esos escasos actores que tienen una presencia tal que una vez puestos en pantalla necesitan hacer muy poco más. Su rostro anguloso y su gesto severo por una parte, junto a su rocoso físico lo hicieron insustituible en papeles históricos. En El Planeta de los Simios ese halo histórico aporta a su personaje una enorme épica muy apropiada a la historia. Cuando hablo de su cuerpo no me refiero, o no solamente, a una musculatura desarrollada y ya está, al estilo de sex symbols posteriores (como el Mark Wahlberg del remake sin ir más lejos) sino a una expresividad corporal fabulosa que en este caso es imprescindible para hacer creíble un personaje que se pasa la peli entera en taparrabos (y sin taparrabos). 

Por otro lado, la biografía de Heston trabaja paradójicamente a favor de la historia. Un reconocido ultraconservador defensor del derecho a ir armado interpretando al descreído y antibelicista astronauta, y curiosamente este contraste dota a la película de una fuerza añadida. Esa ironía llega al extremo de aplauso total cuando el doctor Zaius exclama señalando a una armado Heston, “¡hay que ser idiota para dar un arma de fuego a un animal como ese!” Años más tarde, de 1998 a 2003, ese “animal” sería el presidente de la National Rifle Association. 

La visibilidad de Charlton Heston en dicho cargo llevó a Michael Moore a entrevistarle para su documental Bowling For Columbine y a pedirle explicaciones sobre el controvertido meeting de la NRA que él presentó en el mismo condado y apenas una semana después de la matanza de Columbine. Heston, desorientado y sorprendido, hizo un papel lamentable en aquella entrevista. Aquello no me gustó. El derecho (¡¿derecho?!) a portar armas de fuego no me cabe en la cabeza: un derecho que te permite disparar a un intruso, así como permite a ese intruso armarse hasta los dientes para entrar en tu casa… no se me ocurre una barbaridad mayor. Pero aún así no me gustó que Moore hiciera leña de ese árbol casi ya caído que era el Heston de 1999, presentando ya síntomas claros de una demencia senil que le apartaría de la vida pública al poco de aquella entrevista. 

Como buen mitómano que soy, odio que ensucien mis mitos y me niego a recordar a ese Heston decrépito y crepuscular. Podríamos quedarnos mejor con ese actor que participó en la marcha a Washington por los derechos civiles de 1963 junto a otras estrellas, aquélla en la que Martin Luther King dio su célebre discurso “I have a dream”. 



Pero sobre todo recordaré a ese gran Charlton Heston de la playa, de rodillas, derrotado y furioso.  


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