Los finales son difíciles. Hay muchos finales malos,
incontables finales mediocres, algunos finales buenos y un puñado de excelentes
finales. Por encima de esta categoría se encuentra el final de El Planeta de
los Simios: el 10 de los finales. La primera vez que vi El Planeta de los
Simios fue en la tele (soy un cinéfilo más de sofá que de filmoteca, qué le voy
a hacer) y me quedé literalmente boquiabierto, mirando a rápidas ráfagas a mi
madre, que por supuesto sí conocía ese desenlace, buscando una confirmación al
“¿lo estoy entendiendo bien?” que sacudía mi cabeza. Recuerdo nítidamente cómo
ella asentía mientras se le escapaba esa media sonrisa de quien sabe que está
asistiendo a un momento único, porque no se puede experimentar por segunda vez
ese puñetazo en la cara que es contemplar por primera vez el plano final de
este peliculón.
La primera tentación es pensar que este final extraordinario
lo es porque la novela sobre la que se basa así lo decía. No es así, la novela
tiene un gran final sorpresa pero no es el mismo. El final cinematográfico
añade una vuelta de tuerca más, pero sobre todo está contado mucho mejor: sin
prisa, dando eficaz y progresivamente la información necesaria y sólo la
necesaria. Y todo ello envuelto en esa banda sonora atonal, estridente y
desquiciante del gran Jerry Goldsmith.
El final del remake de 2001 se parece más al de la novela,
creo recordar. Y digo “creo” porque apenas recuerdo nada de aquella versión, y
eso que yo soy muy de Tim Burton. Me lo pasé bien en el cine pero no volví a
pensar en esa película nunca en mi vida. Es un mal muy común a los remakes, en
los que se cuenta una misma historia con más medios, más efectos especiales,
más acción, más espectáculo… pero menos alma, menos cine.
El Planeta de los Simios parece una historia de ciencia
ficción que narra un viaje intergaláctico de 2000 años y las aventuras de la
tripulación de la nave después de aterrizar en un mundo extraño y hostil. Y lo
es, es una buena película de acción, pero también y sobre todo es el viaje desde
el discurso inicial, cínico pero esperanzado, hasta la desgarradora maldición
de la última secuencia. El Planeta de los Simios se estrenó en 1968, mientras
en Francia tenían el mayo de todos los mayos, y en EEUU la contestación
ciudadana contra la guerra de Vietnam no hacía más que crecer. En este contexto
de agitación social llega esta peli con aspecto de inofensiva peli de acción
comercial, pero que sin embargo es una auténtica película-protesta, con una
carga crítica descomunal.
En una lectura meramente literal, empezamos con el corto
pero demoledor discurso antibelicista de Taylor antes de hibernarse, esperando
despertar en un mundo mejor y dirigiéndose a una generación que espera sea
mejor que la suya pregunta: “¿continúa el hombre combatiendo contra sus
hermanos y dejando morir de hambre a los hijos de su vecino?”. Y cuando
llegamos al final este viaje, ese hombre absolutamente derrotado, arrodillado
en la playa, clama ese inolvidable “¡yo os maldigo, os maldigo a TODOS!”. No
queda entonces nada de la ligera esperanza que albergaba ese Taylor reflexivo,
inteligente y cínico pero que necesitaba creer que “debía existir en algún
lugar del universo algo mejor que el Hombre”. Cuando ves a todo un Charlton
Heston arrodillarse semidesnudo y hundir la cabeza entre sus hombros para gemir
esas palabras sólo puedes pensar que efectivamente, no existe solución para el
ser humano.
La carga crítica de la película no termina ahí, en el plano
literal. El mundo en el que aterriza Taylor es una sociedad enferma. Los
gorilas son la especie que ejerce la fuerza para mantener el orden. Los
orangutanes constituyen la clase que legisla pero también juzga, y además
dirigen la ciencia y la fe para dominar a través del miedo. Y finalmente los
chimpancés, que constituyen una estudiosa y laboriosa clase media, con
sensibilidad e inteligencia, pero sin fuerza para tomar el control. Vamos, ya
veis que pura ciencia ficción, nada que guarde el más mínimo parecido con
nuestro orden social… ¿verdad que no?
Esta gran película no sería ni la sombra de lo que es si no
fuera por la acertadísima elección de Charlton Heston para interpretar a
Taylor. No encontraréis mucha gente que lo tenga entre sus actores favoritos,
pero yo sí lo tengo en esa categoría. Se le tacha de hierático e inexpresivo y
de tener escasos registros. Yo digo sin embargo que no los necesitaba, que es
uno de esos escasos actores que tienen una presencia tal que una vez puestos en
pantalla necesitan hacer muy poco más. Su rostro anguloso y su gesto severo por
una parte, junto a su rocoso físico lo hicieron insustituible en papeles
históricos. En El Planeta de los Simios ese halo histórico aporta a su
personaje una enorme épica muy apropiada a la historia. Cuando hablo de su
cuerpo no me refiero, o no solamente, a una musculatura desarrollada y ya está,
al estilo de sex symbols posteriores
(como el Mark Wahlberg del remake sin ir más lejos) sino a una expresividad
corporal fabulosa que en este caso es imprescindible para hacer creíble un
personaje que se pasa la peli entera en taparrabos (y sin taparrabos).
Por otro lado, la biografía de Heston trabaja paradójicamente
a favor de la historia. Un reconocido ultraconservador defensor del derecho a
ir armado interpretando al descreído y antibelicista astronauta, y curiosamente
este contraste dota a la película de una fuerza añadida. Esa ironía llega al
extremo de aplauso total cuando el doctor Zaius exclama señalando a una armado
Heston, “¡hay que ser idiota para dar un arma de fuego a un animal como ese!” Años
más tarde, de 1998 a 2003, ese “animal” sería el presidente de la National
Rifle Association.
La visibilidad de Charlton Heston en dicho cargo llevó a
Michael Moore a entrevistarle para su documental Bowling For Columbine y a pedirle explicaciones sobre el
controvertido meeting de la NRA que él presentó en el mismo condado y apenas
una semana después de la matanza de Columbine.
Heston, desorientado y sorprendido, hizo un papel lamentable en aquella
entrevista. Aquello no me gustó. El derecho (¡¿derecho?!) a portar armas de
fuego no me cabe en la cabeza: un derecho que te permite disparar a un intruso,
así como permite a ese intruso armarse hasta los dientes para entrar en tu
casa… no se me ocurre una barbaridad mayor. Pero aún así no me gustó que Moore
hiciera leña de ese árbol casi ya caído que era el Heston de 1999, presentando
ya síntomas claros de una demencia senil que le apartaría de la vida pública al
poco de aquella entrevista.
Como buen mitómano que soy, odio que ensucien mis mitos y me
niego a recordar a ese Heston decrépito y crepuscular. Podríamos quedarnos
mejor con ese actor que participó en la marcha a Washington por los derechos
civiles de 1963 junto a otras estrellas, aquélla en la que Martin Luther King
dio su célebre discurso “I have a dream”.
Pero sobre todo recordaré a ese gran Charlton Heston de la
playa, de rodillas, derrotado y furioso.
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