lunes, 24 de febrero de 2014

Monuments Men



Me encantan las películas bélicas o “de guerra”, como se decía antes, y eso que en su día me hice objetor de conciencia para no empuñar un arma de fuego, pero bueno, eso es algo que ya me haré mirar cuando toque. Me gustan además de todos los subgéneros, desde las más graves a las más ligeras. Desde aquellas que profundizan en los conflictos morales y en la enajenación que la violencia causa en el ser humano (Apocalypse Now, La Chaqueta Metálica, Salvar al Soldado Ryan…) hasta las comedias de uniforme verde (La Novia Era Él, ¿Qué Hiciste en la Guerra Papi?...) pasando por las más “históricas” (La Batalla de Inglaterra, El Día Más Largo, Un Puente Lejano, Banderas de Nuestros Padres, …) o las que caen más en el lado del cine de aventuras, en las que se hace hincapié en valores positivos como el compañerismo y la entrega (La Gran Evasión, Los Cañones de Navarone, …).

Por ello esperaba impaciente el estreno de Monuments Men. La idea de ver una película bélica clásica, inspirada en las aventuras de un pelotón del ejército americano encargado de recuperar obras de arte expoliadas por los nazis me entusiasmaba. Cuando además supe del fabuloso reparto comencé a salivar como el perro de Pavlov.

Pues bien, durante los primeros minutos de la película mi entusiasmo se vio bastante recompensado. La presentación de los personajes es ágil y divertida, los primeros pasos de la trama te enganchan y los diálogos tienen buenos golpes de humor socarrón, muy al gusto de esas historias bélicas con repartos muy corales y tono más bien ligero. También es acertada la música, encargada a Alexandre Desplat, y que contiene una melodía pegadiza con alegres ecos de marcha militar, recordando mucho a la de Un Puente Lejano y sobre todo a La Gran Evasión. 

Sin embargo, según avanza la película, en lugar de profundizar en los personajes (algunos de ellos muy interesantes a priori) y de desarrollar la acción, la cosa se queda estancada, y además se enreda en una maraña de discursos literales y resobados del tipo “¿por qué estamos luchado?” o “¿vale la pena arriesgar la vida de un americano por una obra de arte?”  llevando al espectador  a un incómodo lugar lleno de lacrimógenas perogrulladas. Pero no se conforman con eso, y se empeñan en hacerte tocar el cielo de la vergüenza ajena con una  sensiblera y absolutamente innecesaria secuencia protagonizada por una tienda de campaña, un señor desnudo y un villancico. Habéis leído bien: ¡un VI-LLAN-CI-CO!

Así que Monuments Men es una fantástica idea, con un acertado e interesante reparto, que se estrella estrepitosamente contra un muro de torpezas: discursos de garrafón, lacrimógenas secuencias, personajes deshilvanados y tontorronas bravuconadas pseudopatrióticas.  Me molesta especialmente lo desaprovechado del personaje de Claire, interpretado por una espléndida Cate Banchet (¡cómo es esta mujer de elegante! hasta disfrazada de algo así como bibliotecaria gafotas como en este caso) y que por ser el más conflictivo podría haber tenido un desarrollo precioso.  Si al menos esta película tuviera alguna buena secuencia de acción… pero ni eso. Afortunadamente Clooney viene de dirigir Buenas Noches y Buena Suerte y Los Idus de Marzo, y por lo tanto sabemos que Monuments Men es solo un bache en su carrera. Estaremos atentos a la remontada. 

Siendo muy generosos, esta película os gustará “a ratitos”, como a mi, así que a quien le interese el tema del expolio nazi y quiera ver una buena película de aventuras sobre el tema , le recomiendo que vea El Tren (1964), de John Frankenheimer,  con Burt Lancaster y Jeanne Moreau. Buenísima.

Lo que sí tiene Monuments Men es un guiño gracioso respecto a un frustrado pintor llamado Adolf Hitler. Su pintura no llegó a pasar de mediocre y se sugiere que tal vez esta frustración podría haber alimentado la furia expansiva y exterminadora del Fúhrer. Así que ya estamos todos pensando cómo podemos hacer para que el Cupletero escriba, produzca, dirija y protagonice la próxima peli de 007… que si no la vamos a tener.

jueves, 20 de febrero de 2014

Cupletero acreditado



Siempre me ha gustado la experiencia de ir al cine, a las salas de cine, independientemente de la película que viera. De niño la cosa consistía casi siempre en que mi madre nos llevaba a un cine del centro, y a la salida nos reuníamos con mi padre (que solía trabajar los fines de semana) para merendar tortitas con nata o algo así. PLANAZO Nº 1. Otras veces íbamos a un cine de barrio a ver una sesión doble, un estreno más una reposición por el precio de una sola película. PLANAZO Nº2. O si estábamos en la playa, nos embadurnábamos en aftersun y nos íbamos al cine de verano, bocadillo de tortilla en ristre. PLANAZO Nº 3.

De adolescente iba con mis amigotes y después  al Burger a eructar con el gas de la CocaCola y a poner nota del  0 al 10 a las muchachas que pasaban. Ninguna bajaba de 7,5. PLANAZO Nº 4.

En la universidad también iba en grupo, pero de amigotes y amigotas, y luego de cañas y aprovechaba para hacer el alarde de haber entendido todo a pesar de ser una película “complicada y poliédrica”, y tal y cual… todo ello con el único propósito de quedar bien con una (o dos o tres…) niña muy mona que andaba por allí. Este tipo de plan tuvo su máximo exponente durante mi año de Erasmus en París, donde me tragué un ciclo entero de la Nouvelle Vague. ¡Menudas cabezadas daba yo! , porque el mítico movimiento francés tiene grandes joyas, pero también buenos bodrios, reconozcámoslo. De todos modos yo siempre salía del cine poniendo cara de listo, por si las moscas. PLANAZO Nº 5.

Más tarde, y como mi chica es tan cinéfila como yo, llegaron muchos y muy placenteros domingos por la tarde de cine en pareja. Y luego a cenar y comentar la película, ya con la tranquilidad de poder confesar que no había entendido nada, o que no me había gustado por muy “obra maestra” que fuera considerada. Valoro mucho esos momentos de complicidad post-cine. PLANAZO Nº 6.

Con la llegada de los niños (“llegada”, como si nadie los hubiese llamado) hemos bajado mucho la frecuencia de esas escapadas, pero sin embargo ahora también vamos al cine pastoreando a las criaturas. Disfruto muchísimo con ello también, llegan nerviositos perdidos y se quedan clavados como perros Pointers en su butaca. PLANAZO Nº 7.

Hace 9 años estrené otra forma de “ir al cine”, que es ser invitado al preestreno de la película. Nos invitó mi amigo Pepe que tenía un pequeño papel en La Noche del Hermano. El flechazo fue instantáneo: la Gran Vía, el “roce” con los artistas, la copa de después… aún no lo sabíamos, pero en ese momento había nacido El Cupletero.  Desde entonces es algo que me ocurre de vez en cuando y disfruto como loco. La sucesión de los acontecimientos suele ser más o menos  la siguiente:

-          Oye Cuple, que si te vienes al estreno de Nosecuantitos , la Película.

-          ¿Qué me dices? ¿De verdad? ¿La última de Fulanita de Tal? Por supuesto.

-          Además seguramente  estén también Maricastaña, Manolita Chen y Los Enanos del Circo… ya sabes, esa gente. 

-          Estupendo, pues allí nos vemos.

A continuación suelo quitarme los pantalones y hacerme el baile de Risky Business entero por el pasillo de mi casa. Después me mojo el pelo con colonia Álvarez Gómez, me peino a raya y allí me planto, más feliz que una perdiz. PLANAZO Nº 8.

La semana pasada, y gracias a La Chatarrería Magazine, he conocido otra modalidad de “ir al cine”, la del acreditado a pase de prensa. Una experiencia totalmente diferente. La gente acude fundamentalmente de uno en uno, el  90 %  de los asistentes son chicos (varones), casi todo el mundo tiene cara de empollón y nos sentamos butaca sí butaca no. Es tempranito en la mañana, así que aún tienes el saborcillo del café en la boca y una legaña pegada en la mejilla. Te ves la peli y a la salida te tomas un segundo desayuno mientras apuntas en tu libretita qué vas a contar de la peli. PLANAZO Nº … he perdido la cuenta, pero el mensaje ha quedado claro, ¿no?

martes, 11 de febrero de 2014

El Lobo de Wall Street

 

Aprovechando la vuelta del día del espectador, el miércoles pasado rompí la hucha para pagar a la canguro y escaparme con mi chica al cine. Vimos El Lobo de Wall Street, que es un espectáculo colosal, casi tanto como ver un cine lleno hasta la bandera una tarde entre semana, coincidiendo además con fútbol: nada menos que dos semifinales de Copa del Rey (Atlético de Madrid- Real Madrid y Barcelona-Real Sociedad… casi nada). Valga esto como alegato a favor de los precios populares en las salas.

Muy a menudo, una película enormemente aplaudida por la crítica y recomendada por el público crea tales expectativas que es inevitable cierta decepción en el espectador. Este NO es el caso. “Magistral” es un término que tendemos a usar con ligereza, pero para Scorsese (al menos para este Scorsese) no podemos usar otro. Lo es por su grado de pericia técnica, su oficio para resolver los “nudos” del argumento, su control del ritmo del relato y su capacidad para exprimir las posibilidades de los actores. A sus 71 años, el director está en una plenitud deslumbrante, pero además no ha perdido su frescura, como demuestra en El Lobo de Wall Street utilizando sin complejos y con éxito recursos que otros cineastas más puristas (y muchos críticos) consideran “poco cinematográficos” o “tramposos”, como son la voz en off, los discursos y guiños del protagonista a la cámara, los flashbacks, y hasta los “injertos” publicitarios de cultura pop (¡ese Popeye!). Y todo le sale bien, al viejo zorro.

Tampoco duda Scorsese en recolectar para su banda sonora todo tipo de temas con un eclecticismo totalmente desprejuiciado que incluye desde fragmentos de música barroca hasta canción ligera italiana pasando por el rap, la bossa nova, el rock… ¡de todo! Y siempre eficazmente integrados en la historia. Una pasada.

El Lobo de Wall Street es el retrato de una época, de un lugar concreto, pero sobre todo de una cultura de la ambición y de la búsqueda insaciable del placer a través del sexo, la droga y fundamentalmente del dinero. No dinero como herramienta de poder, de influencia o de control, sino dinero como pasta gansa que gastar rápida y placenteramente. Muy de agradecer es además el respeto que muestra el regidor a la inteligencia del espectador, absteniéndose de hacer el más mínimo juicio de valor al respecto. Es una opción, como también es una opción tener una conducta intachable y la conciencia tranquila, pero tener que volver a casa del trabajo en un cutre vagón de metro. Y tal cual nos lo cuenta Scorsese, sin aplaudirlo ni condenarlo, porque su trabajo es el de contar la historia de la forma más interesante y amena posible, nada más. Desde luego lo logra, porque las peripecias de Jordan Belfort son casi una peli de aventuras sin descanso, y sobre todo una excelente comedia, divertidísima, con situaciones delirantemente hilarantes y algunos de los diálogos más descojonantes que recuerdo. El Cupletero se pasó llorando de la risa más de media película. Afortunadamente es también un drama, así que podía descansar los carrillos a ratos.

En el apartado de interpretaciones uno tiene que hincar la rodilla en el suelo y bajar la cabeza, porque el trabajo de todo el elenco es reverencial. Matthew McConaughey tiene una breve pero absolutamente memorable aparición, incluyendo un fascinante y muy pedagógico discurso. Jonah Hill hace mucho que se considera la joven gran promesa de la comedia americana, pero en esta película se consagra de forma sobresaliente en todos los registros. Se pasea por la pantalla con gran desparpajo también esa bellísima criatura llamada Margot Robbie (póngase aquí la exclamación que cada uno considere pertinente), el gran descubrimiento de la peli, que a pesar de su corta experiencia aguanta perfectamente los envites de ese miura Leo DiCaprio. Éste deja de ser actor para convertirse en una fuerza de la naturaleza llamada Jordan Belfort que te arrolla como un tsunami… su control del personaje es brutal. ¿Qué más tiene que hacer Leo para que le den el Oscar? Toca ya, ¿no?

Como única pega se podría poner que el metraje es excesivo. El montaje original era de 4 horas, y se consiguió bajar a 3. Mucho aún tal vez, para espectadores de próstata “gastada”, pero por más que hago memoria no recuerdo ni un plano que yo descartaría, ni una línea de diálogo que me ahorraría. Así que sí, es una película larga, de 3 horas, pero es que es un latigazo de 3 horas. Una gozada.

 

lunes, 3 de febrero de 2014

Stockholm


Una de las últimas buenas sorpresas que me ha dado el cine se llama Stockholm. Lo sorprendente no es que me gustara (y mucho) una película española de bajo presupuesto, que no tengo prejuicios contra el cine patrio ni contra el cine pobre, la sorpresa fue que me invitaran al estreno en el cine Capitol (¡gracias Arturo!), y eso al Cupletero le mola infinito.

Otra de las sorpresas es la juventud de todo el equipo: por más que reviso la ficha técnica y la artística no encuentro a nadie nacido antes de 1981. Esto me hace sentir viejo por una parte, pero también me hace confiar en que tenemos relevo generacional asegurado. Gente que trabaja con poco dinero y por poco dinero seguramente, pero con evidente talento, ilusión y sobre todo con enorme amor al cine, como lo atestiguan un buen puñado de referencias cinéfilas en la película.

Sorpresa número tres: la relativamente buena acogida en taquilla y el gran apoyo académico obtenido. Ahí están esas tres nominaciones a los Goya (¡nominaciones de las buenas!) a mejor actor revelación (Javier Pereira), mejor actriz protagonista (Aura Garrido) y mejor dirección novel (Rodrigo Sorogoyen). De corazón espero que ganen los tres, pero aún si no es así, ya está ahí el premio de haber conseguido alargar la vida de la película en cartelera y de colarse en ciclos pre-Goya como el que está teniendo lugar en la sala Berlanga.

El título de la película hace fuerte referencia al síndrome de dependencia que sufre el reo con su carcelero, pero no es la historia de un secuestro, o al menos no claramente. El concepto de la dependencia emocional está presente en todo momento, pero de forma escurridiza y equívoca, cambiando de sentido entre los dos protagonistas, y a veces incluso encontrándose dentro de alguno de ellos, insinuando que se puede sufrir dependencia de uno mismo. Al menos así lo veo yo.

Stockholm es el segundo largometraje de Sorogoyen, y se detecta por tanto cierta falta de oficio aún. Tiene alguna deficiencia técnica de sonido, el ritmo de la historia pierde pulso en algún momento y se hace alguna explicación o subrayado redundante y por lo tanto innecesario.  Todo ello faltas menores, sus aciertos superan con mucho a sus deficiencias y sobre todo es una película con alma, con fuerza. 

Se empieza con un relato casi costumbrista de la noche madrileña y se continúa con una historia pseudo-romántica salpicada de pequeños avisos de que tal vez nada es lo que parece, construyendo una tensión en aumento. Y entonces la peli se rompe en dos: una fabulosa secuencia con un ascensor como tercer protagonista y un reciclaje musical al estilo Kubrick nos pone el punto final al cuento de hadas. A partir de ahí se nos sumerge en un drama psicológico que no  nos dará ya respiro hasta el final.

Por su estructura narrativa, la película necesita apoyarse casi íntegramente en la destreza interpretativa de sus protagonistas. Y desde luego acertaron con la elección de Javier Pereira y Aura Garrido para defender el proyecto. Pereira está perfecto como nocturno chico ligón, más espabilado que guaperas. En un excelente ejercicio de contención,  mantiene perfectamente la ambigüedad entre verdades a medias, mentiras, falsas verdades y demás que requiere su personaje. Pero sobre todo sirve de apoyo perfectamente a una Aura Garrido magnífica que devora la pantalla en cada plano. Su personaje evoluciona, involuciona, de desarma, se rompe, se recompone y se vuelve a romper ; y todo este viaje lo hace el espectador de la mano de esta actriz sin esfuerzo alguno.  Mi escena favorita es una en la que ella se encuentra sola,  en silencio frente a un espejo…  ¡se sale! A mi, desde luego, me tuvo toda la peli comiendo de su mano.  

Tengo la intuición además de que Stockholm indica el camino a seguir por el cine español, donde ni hay mucho dinero ni parece que lo vaya a haber a corto plazo… habrá que hacer fuerza en las historias y en las interpretaciones. Y esta peli es un buen ejemplo.

Pero una última cosa: ¿alguien sabe por qué esta película no se llama simplemente “Estocolmo”? Me hubiera ahorrado revisar mi spelling un centenar de veces.