lunes, 23 de noviembre de 2015

Austin Film Festival, la película.


Mi amigo Arturo ha conseguido una gesta digna de ser relatada por Homero: escribir, producir y dirigir su primer largometraje, “El Destierro”. Le faltaría haberla protagonizado para emular al Mel Gibson de Braveheart. En su ronda por festivales de todo el mundo y después de “competir” en Busan (Corea) y Toulouse, le llegó el momento de venir a América, al Austin Film Festival concretamente. Como un Skywalker cuando nota una conmoción en La Fuerza, como Spiderman cuando le zumba su sentido arácnido en presencia de un peligro o como Superman cuando escucha un grito de auxilio a miles de kilómetros de distancia, el Cupletero sintió de forma intensa que si El Destierro cruzaba el charco y se proyectaba a “sólo” 1.500 km de su casa en Ciudad de México, debía acudir. Así que “allí me colé y en tu fiesta me planté”, con la impagable complicidad de mi chica que se quedó tres días al mando de la tropa.

Aunque no está demasiado lejos, no hay vuelo directo D.F.-Austin, así que compré un billete con escala en Houston (“tenemos un problema”), conexión que casi pierdo por la cola de control de pasaportes que me comí, así que acabé corriendo por la terminal como el niño de Love Actually.

Un taxista mejicano llamado Francisco me llevó a donde estaban mis amigos Arturo e Iván (hermano de aquél y compositor de la maravillosa banda sonora de El Destierro), un Motel como el de Norman Bates pero de dos plantas. Léase el nombre del taxista “Frensiscou”, porque el tipo llevaba tanto tiempo en Texas que hablaba español como Aznar después de hacer noche en el rancho de George W. Bush, de donde salió hablando como Doña Croqueta.

Arturo acababa de llegar del evento en el que se entregaban los premios del festival, donde fue condecorado con el de Mejor Película ( Narrative Feature). Nos hizo a todos mucha ilusión, pero no tanto como el hecho de haber despertado el interés de una productora de Los Angeles que había entregado su tarjeta a Arturo. En ésta, junto a su nombre y datos de contacto, la bella señora había escrito a mano un aclaratoria frase: “Melissa de Falcon Crest”. ¿Hola? ¡¿Melissa Gioberti?!... ¿qué iba a ser lo siguiente? ¿Lorenzo Lamas preparándonos un capucino? Con los dos trofeos, el premio y la tarjeta de Ana Alicia Ortiz, nos fuimos a celebrarlo.




Nos reunimos con otro laureado español, Juan Beiro, que había ganado el premio al mejor cortometraje de ficción con Vainilla, en el que casualmente había colaborado mi amiga Ana Rayo. Así que ahí estábamos los 4, en medio del Estado de la Estrella Solitaria y como en familia.

Austin es una anomalía liberal dentro de un estado ultraconservador, y tiene un ambientazo y un rollo bohemio-outsider súper chulo. Que fuera la noche de Halloween y todo dios fuera disfrazado ayudaba a calentar el ambiente. Después de unas cuantas Lone Star (“the national beer of Texas” y aquella con la que Matthew McConaughey hace sus muñequitos de lata en True Detective) y una partida de billar en el Buffalo Billiards  (¡qué gracieta de nombre, eh!) fuimos a una barbacoa a la que nos había invitado un miembro de la escueta colonia española en Austin. Su casa estaba en un suburbio de esos tan peliculeros que parece que ya has estado allí, como de Pesadilla en Elm Street, con su backyard, y su driveway y su oscuridad para que se puedan esconder bien los malhechores.

En cantadores nuestros anfitriones, nos llevaron después de juerga tejana al The White Horse, que es lo que se llama un Honky Tonk: un antro con música gamberra en directo. O sea algo cupletero a más no poder. La cosa acabó de esa forma en que acaban las noches divertidas de verdad, de esas en las que no todo lo hecho o dicho procede ser relatado.

A la mañana siguiente nos creíamos Los Profesionales, unos tipos duros en el salvaje oeste… pero nos alejamos bastante de nuestros personajes para ir a comprar regalos para nuestras familias. Luego fuimos a comer a un bar llamado Casino el Camino, famoso por sus hamburguesas, aunque a nosotros nos llamó más la atención la pinta de malotes que tenía la parroquia. No hablo de malotes de Orcasitas, sino de Texas, o sea unos tíos de 150 Kg con tatuajes hasta en los tatuajes.

El Destierro fue proyectado en The Hideout Theatre, un teatro-café que se había convertido en nuestro cuartel general. Por primera vez vi una película de la que conocía su guion y en cuyo rodaje yo había estado husmeando… ¡es tan emocionante! Tanto, que me vine arriba y me puse a traducir en la ronda de preguntas/coloquio posterior. Gustó mucho porque es un peliculón… pero de la peli ya os contaré en otro momento; espero que cuando logre ser estrenada en el circuito comercial.

Para que digan que ir al cine es “un plan tranqui”…


martes, 27 de octubre de 2015

The Martian


Ridley Scott es bastante impredecible. Lo mismo te hace una obra maestra como Alien el Octavo Pasajero o Blade Runner, como te clava un mojón como El Reino de los Cielos o The Counselor. También es capaz de hacer una mega producción que no haya visto nadie, como Éxodo: Dioses y Héroes… en serio, ¿alguien la ha visto?

Ahora Scott se sube a cierta ola de cine de astronautas que se inició con  Gravity (2013, para mi una obra maestra) y continuó con Interstellar  (2014). The Martian (“Marte” en España, “Misión Rescate” en México) toma prestado de esta última parte de su reparto (Matt Damon  y Jessica Chastain) y gran parte de la espectacularidad visual de ambas. Los paisajes marcianos de la película son alucinantes… tan creíbles que te da la impresión de haber pasado un tiempo en el planeta rojo.

Lo que no hace The Martian es competir con Gravity en intensidad ni con Interstellar en complejidad, y hace bien porque perdería la batalla. Su huella la busca por el lado de la comedia, que es en realidad el tono que domina la película. Si el espectador busca otra cosa quedará decepcionado. Pero si se busca una comedia de aventuras y supervivencia  ligera con una puesta en escena espectacular, se pasará un muy buen rato con alguna y que otra carcajada.

El guion tiene un buen montón de puntos resueltos de forma bastante increíble (¿motines en la NASA?) y en un intento de convertir una gesta individual en colectiva se recurre a escenas de muchedumbres celebrando eufóricas en plena calle que son un poco de Operación Triunfo y dan un pelín de vergüenza ajena.

Pasando eso por alto, The Martian es un Robinson Crusoe interplanetario  que se apoya más en el gag y la comedia que en el sufrimiento y el deterioro  que produce el aislamiento, con el que se puede pasar un rato muy divertido y muy ameno. 

Entre sus aciertos está sin duda el propio reparto. Matt Damon es un actor de esos que nunca hace demasiado, pero siempre es suficiente: me gusta. Jessica Chastain  es para mi algo inexpresiva y tal vez se está sobreexponiendo últimamente… pero también estoy muy a favor.  Chocante pero placentero es ver a dos monstruos de la comedia como Jeff Daniels y sobre todo Kristen Wiig haciendo papeles “serios”. Kate Mara también está últimamente hasta en la sopa, y no me opongo, aunque prefiero la mirada perversa de su hermana Rooney. A quien he descubierto en esta peli y me apetece mucho seguirle la pista es a Mackenzie Davis, que aunque haga aquí un poco de fea no nos engaña…

Todo un poco marciano, pero yo disfruté mucho la peli. En cualquier caso, el puesto número uno en cine “del espacio” lo sigue ocupando para mi la grandísima El Astronauta (1970), con el aún más grande Tony Leblanc y esa frase imborrable de “Houston… Houston… aquí Minglanillas”. Eso sí que no hay dinero para pagarlo.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Ricki and The Flash




Jonathan Demme lo petó en los años noventa con El Silencio de los Corderos y Filadelfia, pero ha pasado más bien desapercibido desde entonces. Ahora vuelve con una buena comedia apoyándose en el guion de uno de los grandes nombres de los años 2000: Diablo Cody. La conocimos con la deliciosa Juno y posteriormente en la muy infravalorada Young Adult, que para mi es otra maravilla. ¡Vaya talento, vaya rollazo pin-up  y vaya nombre molón tiene Diablo!
El resultado es Ricki and the Flash, una película formalmente modesta (se podría decir que incluso tiene cierto aroma indie), amable y amena, pero que no deja pasar la ocasión de lanzar un mensaje de muy profundo calado.
En México se ha titulado “Ricki and the Flash: entre la fama y la familia”, que además de ser una buena mierda de título es totalmente desacertado, porque para nada trata de la fama ni de la ambición de conseguirla.
Ricki es una rockera en edad madura que, parece ser, ha llegado a rozar la fama en un momento pasado de su vida, pero no es ni de lejos el tema principal de la película. Trata de la identidad  y de la libertad personal, que tiene como consecuencia directa la responsabilidad del individuo sobre sus acciones. Rick ha escogido un camino en la vida, de forma inevitable porque es el único que su naturaleza puede tolerar, pero que implica renuncias y repercusiones que debe asumir y gestionar. 
Eso nos pasa a todos, lo queramos ver o no, pero hay más. Diablo Cody lo sabe y por eso Ricki es mujer y madre, no un rockero solitario. Así pone en evidencia que ahí nos queda un reducto de machismo enquistado en esta sociedad tan igualitaria que disfrutamos, porque se puede llegar a tolerar que un hombre abandone todo por un sueño (incluyendo tal vez su descendencia), pero… ¿y una mujer que además es madre? En este caso la censura social se ceba pero bien.
Esa Ricki que nada a contracorriente es un personaje perfectamente escrito y dirigido, sublimado por la interpretación de Meryl Streep, que vuelve a demostrar que lo que tiene no es sólo talento, sino un auténtico don: una varita mágica con la que convierte en oro todo lo que toca. Una monstrua.
Streep comparte cartel con su propia hija (en la ficción y en la realidad), Mamie Gummer. La comparaciones son odiosas pero también inevitables, así que daré mi opinión: seguramente no llegue a ganar 3 Oscars como su madre pero es una gran actriz. Me gustan mucho también sus apariciones en The Good Wife.
Junto a madre e hija nos ponen a Kevin Kline, otro actor de primerísima división al que siempre es un placer observar. 
Ricki and the Flash podría describirse como una comedia ligera que trata temas incómodos,  adornada con versiones de populares temas de rock, que avanza hacia un happy end  que a punto está de ser una de esas increíbles catarsis reconciliadoras. No llega a ser ese end tan empalagosamente happy gracias a la habilísima dirección de Demme y a la gigantesca naturalidad y credibilidad de la interpretación de Streep. 
Pero que ese tono ligero no nos aleje de la profundidad de la película. De hecho, cambiando el estrógeno por la testosterona y el tono de comedia por el del drama, el paralelismo es enorme con El Luchador de Darren Aronofsky. Historias de gente que necesita “inventarse” un personaje y defenderlo hasta sus últimas consecuencias porque es en ese personaje y en ningún otro sitio donde aloja su esencia como persona, aunque tenga que circunscribirse al minúsculo mundo de un ring o de un escenario de bar de pueblo; gente que no (o ya no) se gana la vida haciendo lo que  ama; gente que desempeña trabajos alienantes con el único incentivo de ser pagados por ello, porque tiene la mala costumbre de comer a diario; gente a quien le asfixia la vida mundana… pero sobre todo gente con espíritu libre y consecuente con sus elecciones. Luchadores… ¿cómo todos?

sábado, 5 de septiembre de 2015

Ant-Man



Al volver de sus vacaciones, el Cupletero dedicó una semana en cuerpo y alma a combatir la depresión post-vacacional. Para este tipo de cometido, el cine siempre ha sido un fiel aliado, particularmente el cine de evasión pura. 

En busca de escape, durante esa primera semana acudimos a las salas a ver Misión: Imposible-Nación Secreta y Ant-Man. La primera consiguió sólo durante la primera mitad y sólo a ratos que me olvidase de la bandeja de entrada de mi Outlook… Ethan Hunt siempre lo intenta pero no siempre acierta. Ant-Man sí consiguió que durante 117 minutos me olvidara de todo.

El personaje de Ant-Man aparece ya en el primer número de Los Vengadores (1963) pero luego no tendrá un largo recorrido. Ahora Marvel quiere relanzar al mini-héroe y reunirlo con sus Vengadores, pero antes nos lo presentan en una peli enterita para él solo. Afortunadamente, porque en general dan mejor resultado las adaptaciones de superhéroes de uno en uno que a mogollona. Con la excepción de Watchmen (peliculón), las películas de héroes en comparsita me suelen aturdir y salgo empachado de superpoderes.

En el género, al menos para mi, lo mejor es siempre la presentación: cuando se describe el origen de los superpoderes y la gesta del héroe. En los comics nada se dice al respecto de Ant-Man, pero muy acertadamente para alguien para quien su principal fortaleza es su pequeño tamaño, se ha optado por proponer un origen de extracción social barriobajera/carcelaria.

Por una razón parecida es tan acertada también la elección de Paul Rudd para darle vida: un buen actor que no es una estrella y que prácticamente siempre, desde que lo conocimos como novio de Phoebe en Friends, ha sido actor secundario. Qué bien también el resto del reparto, en el que destacan Corey Stoll (aquel enorme Peter Russo de House of Cards) haciendo de supervillano, y sobre todo Michael Peña (el latino de Corazones de Hierro) haciendo de delincuente patoso de cuya boca salen unos flashbacks relatados en slung hispano que son lo más divertido de la película.

Y qué gusto ver a un Michael Douglas otoñal sin complejo de serlo (ya era hora) y a la bella Evangeline Lilly que después de perderse en aquella isla del Pacífico y en la Tierra Media, encuentra su lugar en el traje de Wasp, la superheroína por llegar.  

La trama tiene unos cuantos puntos resueltos por los pelos, pero tiene muchísimo sentido del humor, muy buenas secuencias de acción y en conjunto sale una peli bien equilibrada y muy amena.

El género de las adaptaciones cinematográficas de los grandes héroes de las viñetas ha dado muy buenas películas de entretenimiento (ese maravilloso primer Superman de 1978 o esa trilogía del Caballero Oscuro) y también un montón de grandes tostones (¡qué flojitas las dos adaptaciones de Los 4 Fantásticos!). Ant-Man está más  cerca de las primeras que de las segundas.

Por cierto, de mi depre post-vacacional estoy ya curado… y es que el cine en su función de válvula de escape debería ser considerado un bien de primera necesidad.


viernes, 26 de junio de 2015

Boyhood


 



Cuando supe de Boyhood y de su plan de rodaje de 12 años, el concepto que me vino fue “experimento”. Una película realizada durante ese periodo de tiempo podía ser una pirueta, un alarde o una curiosidad, pero no cine. Me equivoqué. Es puro cine, y del bueno.
Estira y pone a prueba los elementos temporales que, hasta ahora, condicionaban la naturaleza del rodaje y por lo tanto también de la narración cinematográfica, pero se mantiene fiel al resto de elementos. La épica, el ritmo, los giros argumentales… todo está en Boyhood. Lo que pasa es que en este caso , el relato no es la caída del Imperio Romano o el motín del Bounty, sino la vida misma.
Ellar Coltrane interpreta a Mason, el protagonista, que atraviesa ese periodo de crisis continua que es la niñez y la adolescencia. Literalmente vemos crecer a Mason/Coltrane delante de nuestros ojos. No es la dura historia de un niño que se cría en las calles de Calcuta, ni falta que hace, ya que una vida “normal” tiene suficientes retos (mudanzas, colegios nuevos, separaciones de los padres, novias…) como para resultar conmovedora, si se tiene la pericia de Richard Linklater, su director.
No sólo cuenta Boyhood  la aventura de crecer. Las adultas vidas de los padres de Mason,  Ethan Hawke y Patricia Arquette, aparecen como tramas secundarias que nos cuentan, en pocas pero efectivas pinceladas, todos los desafíos, sacrificios y renuncias que conlleva ser padre. También sus recompensas emocionales, claro.
 
Hacer crecer y envejecer a los actores delante de la cámara es un recurso expresivo novedoso y poderosísimo, que duda cabe, pero no es el único remarcable de Boyhood. En las películas de historias “domésticas” domina normalmente el tono lírico en la narración, pero en este caso domina claramente la épica. Ese tono épico, tratando sobre la cotidianidad, es algo que atrapa al espectador de forma muy especial.
Linklater dirigió Antes de Amanecer (1994) y sus dos secuelas (¿qué haría este tipo sin Ethan Hawke?), así que siempre se ha mostrado más interesado por los diálogos y la reflexión que por las explosiones y las invasiones alienígenas. Boyhood es por lo tanto un paso adelante muy valiente pero también muy consecuente con su trayectoria.
Patricia Arquette ganó muy merecidamente el Oscar 2014 a la Mejor  Actriz Secundaria, pero el trabajo de sus compañeros de reparto es igualmente excelente. Ethan Hawke hubiera merecido otro, tan sólo por la secuencia en la que habla de sexo con su hija, la sobresaliente también Lorelei Linklater (sí, la hija del director).
 
Me encantó la peli, como veis, pero no al 100%. El buenrollismo instantáneo del tan mitificado College gringo me pareció un atajo facilón al happy end que no está para nada a la altura de la calidad general de la película.
Me descoloca un poco también, dentro de esta épica de la normalidad, algo que me parece una pequeña trampa del guion: el niño quiere ser artista. Claro, y el arte es a lo que se agarra el chico para apuntalar su personalidad en la zozobra dieciseisañera. ¿Pero a qué nos agarramos ese 99,99 % de la población que no sentimos una pulsión artística fuerte que dé sentido a nuestro morar? ¿Cómo resolvemos la incertidumbre los niños no artistas?
Ojalá Linklater se decida a contárnoslo, pero espero que no nos haga esperar otros 12 años.
 

 


jueves, 11 de junio de 2015

La Lucha


Aprovechando la visita de mi hermana y de mi cuñado a la Ciudad de México, fuimos a ver algo que teníamos pendiente desde nuestro primer día de expatriación: La Lucha. Así, a secas, es como se nombra aquí a la lucha libre mejicana. Y os aseguro que es una maravilla tan cupletera que no das crédito.

Más que a un teatro o a un pabellón deportivo, el Arena México se parece a una plaza de toros de pueblo, pero cuadrada y entre medianeras (formando parte de una “cuadra”).  Los días de Lucha, las inmediaciones del Arena son un bullicio de público comprando su entrada, vendedores callejeros de todo tipo de merchandising  luchón, coches en triple fila, polis haciendo como que ordenan el tráfico, reventas, pedigüeños… 

Unos acomodadores centenarios encuentran tu lugar, insisten en que se merecen más propina, y luego del forcejeo ya empieza el show. Gracias a que aquí la explotación infantil no está tan mal vista como en otros lugares, la espera hasta el comienzo del espectáculo es amenizada por unos niños danzarines vestidos de cowboys… lo típico.

Como todo el mundo sabe, los “combates” no son tales, sino coreografías circenses que siguen un guion preestablecido. Pero ¿y qué?, también las elecciones mexicanas están amañadas y no pasa nada. Y verdaderamente, que sea “falso” no le quita el mérito acrobático, que tienen y mucho los vuelos y caídas de los luchadores.

El circo consiste en 5 combates, siempre en grupo, que van desde los de 2 contra 2 hasta los de 18 luchadores en el ring, todos contra todos. Para rebajar el nivel de testosterona y anabolizantes del espectáculo, los combates son anunciados por unas macizas escuetas de ropa que muestran, entre otras cosas, las pancartas correspondientes.

El espectáculo no está sólo en el ring, sino en el propio público, que no para de gritar, animar y abuchear. La frase “chinga a tu madre, pendejo” es usada sin medida alguna.

Algo fascinante de La Lucha es que prácticamente todos los luchadores son enmascarados, ya sean de la “esquina técnica” (los buenos) o de la “esquina ruda” (los malos). ¡En el wrestling de los U.S.A.  sería impensable un luchador bueno a cara cubierta!

Los nombres de los luchadores podrían considerarse la 8ª maravilla del mundo: Sagrado, Luciferno, La Sombra, Euforia, Virus… ¡qué de talento metido en esto!

Además de dividirse en “técnicos” y “rudos”, existe otra división que detectó perfectamente mi cuñado Miguel, que es entre “cachas” y “gordifuertes”. Estos últimos encajan aún mejor que los primeros en el ambiente ligeramente decadente y trasnochado que inunda todo.

Y es que en la era del Ipad, un espectáculo tan de carne y hueso, tan de lycra brillante, tan ingenuo y tan anacrónico, tiene un encanto irresistible.

En México da la impresión de que todo está pasado de vueltas, de manera que cuando uno no espera sorpresas, las hay; y cuando uno espera algo sorprendente, pues lo que encuentra es una marcianada total. El momento de máxima estupefacción por mi parte en La Lucha fue uno protagonizado por Místico, el luchador estrella de la noche. Entre combate y combate, se proyectaban, en una pantalla gigante, vídeos promocionales de Lucha, homenajes a gente de la Lucha, y demás.  Pues bien, entre esos vídeos se encontraba una joya. Se trataba de una campaña de concienciación de la importancia de la lectura infantil, en el que se veía al mismísimo Místico, ataviado (o desataviado) con su equipación completa de luchador  (botas, calzón, máscara y nada más), sentado en la biblioteca de un colegio, charlando distendidamente con un niño sobre las bondades de leer y estudiar.

Os lo digo, en México uno se queda loco cada dos por tres.

domingo, 31 de mayo de 2015

Mad Max: Fury Road




El tarado de Max ha vuelto, y lo hace de la mano de su papá, el George Miller que ya escribió y dirigió las tres primeras entregas de la serie, 30 años después de interrumpirla.
Me molaba mucho Mad Max. Por mi edad, conocí la saga por orden inverso. Mi padre nos llevó al cine a mi hermano y a mi a ver Mad Max, Más Allá de la Cúpula del Trueno (1985) , que es la más infantil de todas y que nos flipó: nos pasamos días haciendo coches de Tente a base de injertos. Las dos anteriores, Mad Max 2, Guerrero en la Carretera (1981) y Mad Max (1979) las vi en eso tan ochentis que es… ¡el vídeo co-mu-ni-ta-rio de la comunidad de vecinos! Ojo al concepto, que hablamos casi de arqueología.
Las pelis de aquella trilogía no son obras maestras, pero son muy entretenidas y recrean un universo muy atractivo. Un futuro post apocalíptico (¿o tal vez un presente paralelo?) en el que la Tierra se ha desertizado y la sociedad se ha disgregado completamente, organizándose en algo así como tribus motorizadas, y en la que algunos hombres se han convertido en lobos solitarios y errantes, como es el caso de nuestro Max. Tolkien tiene su Tierra Media, Lucas su “Galaxia lejana, muy lejana”, y Miller tiene sus polvorientas carreteras y su neo-tribalismo sediento de combustible. La recreación de ese mundo, fantástico o no tanto, es la verdadera seña de identidad de la saga.
Por eso no tiene mucho sentido preguntarse si Mad Max: Fury Road es una secuela o una nueva versión de las aventuras de Max. Cuando se le pregunta, George Miller se hace el interesante y dice que no es nada de ello, sino un revisiting. Es cierto que no existe una línea cronológica y argumental firme que una las 4 películas, pero bueno… ya os digo yo que esta última entrega pueda funcionar a la perfección como un  Mad Max 4 en la que se ha sustituido a aquel Mel Gibson en pleno esplendor por un Tom Hardy más duro y rocoso. Mantiene un perfil bajo, pero no lo hace mal, el sustituto. Secuela, nueva versión o revisión, lo que nos entrega Miller es sin duda una excelente película de su género.
Con muchos efectos especiales, pero en los que la oscura sombra del retoque digital queda totalmente eclipsada por los recursos de acción clásica: velocidad, explosiones, disparos y puñetazos. ¿Para qué más? El ritmo es trepidante, con un montaje fantástico que no te da respiro, salvo en dos o tres momentos de diálogo reposado, estratégicamente colocados para tomar aire.
El diseño de producción continúa y mejora la particular estética de la saga, en la que todo es desarrapado, malformado y ortopédico. Da todo mucho asco-gusto, que es una contradictoria sensación que no hace falta explicar.
El casting es un acierto total. Junto el escueto en recursos pero eficaz Tom Hardy, tenemos muchas agradables sorpresas. Un puntazo el guiño para los fans veteranos con la elección de Hugh Keays-Byrne como el malvado Inmortan Joe, después de haber encarnado ya al malo de la primera entrega. Inolvidables esos ojos de fanático y de sádico. Muy buen papel hace también Nicholas Hoult, el crío de Un Niño Grande, convertido en demenciado kamikaze.
La guinda del pastel es la insuperable Charlize Theron, por la que el Cupletero siente lo mismo que el resto de hombres de la Tierra, pero un poco más. Harapienta, sucia y tullida, transmite sin embargo más belleza y más fuerza que nunca. A esta actrizota le dieron ya un Oscar por hacer de fea en la horrible Monster (no por mala película, sino por espantosa en su contenido), pero ya va siendo hora de que gane uno sin necesidad de látex en la cara. Por su Furiosa (así de molón es el nombre de su papel) en esta película sin ir más lejos.
No es raro que Miller se esmerase tanto en la elección de esa Furiosa, principal papel femenino de la película, porque Mad Max: Fury Road es una peli sobre mujeres. Son ellas las que mueven el mundo. Charlize Theron se rodea de un grupo de “vírgenes  vestales” (el harén de Inmortan Joe) lideradas por la supermodelo Rose Huntington-Whiteley, que son quienes inician la revolución, y que son para irse al desierto con ellas y no volver nunca más…
Así que las mujeres jóvenes encienden la llama, pero son las mujeres maduras (ancianas más bien) quienes terminan el trabajo. El cine de acción tiene una deuda pendiente con los personajes de mujeres mayores, a quien siempre ha ignorado. Sin embargo, Mad Max: Fury Road se atreve a mostrarnos un Grupo Salvaje femenino que es una maravilla: abuelas motoristas que dan tiros que da gloria. ¡Ya era hora!
En Mad Max: Fury Road las chicas, de todas las edades, son guerreras… ¡sí señor!
Perdón, ¡sí señora!

lunes, 4 de mayo de 2015

Blade Runner


 
 


Últimamente, la vida me ha estado distrayendo del cine, así que el cuple-cuaderno lleva en blanco dos meses. Para romper el hielo, vamos con una buena, buena: Blade Runner.

En 1982 se estrenó esta legendaria película que, sin embargo, no fue muy bien entendida en principio. Su taquilla inicial fue modesta y su reconocimiento, más: sólo 2 nominaciones a los Oscars con 0 premios. Según el público fue entendiendo que se trataba más de un thriller filosófico que de una peli de tiros futurista, fue gustando más, hasta convertirse en un film de culto, que es como yo ya la conocí.

En mi casa nos acompaña desde que recuerdo, porque siempre ha habido 2 o 3 cintas de VHS (que si una grabada de la tele, que si otra por tu cumpleaños…) y algún y que otro DVD (que si director´s cut, que si con esta regalaban la banda sonora…). El Cupletero tampoco ha dejado pasar las oportunidades que sucesivas reposiciones han concedido para verla en pantalla grande, y es así como de verdad el fundido en negro final con la música de Vangelis te deja pegado a la butaca.

Todo nace de la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?, que es una correcta novela de ciencia ficción, pero no tiene la profundidad y la transcendencia de la película. Es más una novela de polis y robots futurista (año 2019, no queda nada, señores), sin esa búsqueda de la esencia de “lo humano” y de ese conflicto creador-criatura (¿o tal vez dios-hombre?) que persigue la película.

Ese mensaje cala hondo y cala bien porque no es una “homilía”. Si alguien se sienta frente a uno durante dos horas a convencerle de que la vida es efímera, y que la inteligencia humana conlleva ser consciente de ello y bla, bla, bla… desenchufaríamos en un minuto, pero si la reflexión viene escondida en una historia post-apocalíptica con estética cyberpunk y unos cuantos buenos puñetazos y disparos, pues entonces sí funciona. Por ello también ésta es una película que permite muchos visionados, y acompañarte a lo largo de los años.

Si se midiese lo mítica de una peli por el número de versiones y montajes editados de la misma, Blade Runner sería, con 8 versiones, de las campeonas. Pero yo me voy a referir sólo a las dos principales: la primera versión comercial y el Director´s Cut de 1992. Y lo que recomendaría sería ver primero la comercial, porque la voz en off de Rick Deckard (Harrison Ford) da mucha información  contextual, para luego ir al Director´s y deleitarse con el clima sofocante y silencioso de esta versión, además de disfrutar también de un finalazo estupendo (no un pegote infumable como es el de aquella primera versión). De todos modos, del Director’s Cut yo eliminaría la secuencia del unicornio, ya que lo interesante de Deckard no es que sea un Replicante, sino que podría serlo. Esa ambigüedad es lo verdaderamente potente. También nos podrían ahorrar algunos de los planos de la “finalización” de la mujer-serpiente… sólo aquellos en los que se ve al stuntman con su barba cerrada y sus pelos en el pecho.

En Blade Runner confluye un montón de talento y buen criterio. Un Ridley Scott que veía catapultado después de dirigir Alien, el Octavo Pasajero. Un Harrison Ford que era entonces, después de ser Han Solo e Indiana Jones, el tío más follacas del mundo. Un Rutger Hauer en estado de gracia absoluto, transmisor de la máxima brutalidad y de la más fina sensibilidad… maravilloso ese encuentro con su creador  y, por supuesto, impagable en su discurso final, al que añadió de forma improvisada la magnífica línea: “all those moments will be lost in time, like tears in rain… time to die”.

Asistimos también al nacimiento de una estrella llamada Daryl Hannah, que hace un papel corto pero memorable: la Nexus 6 acróbata con ademanes de estrella del rock descarriada. Me la compro.

Mi debilidad absoluta de esta peli, sin embargo, es la Rachael de Sean Young, una tronca que veía de hacer Pelotón Chiflado (¡aguanta la pedrada!) y que, con ayuda de unas estupendas fotografía, vestuario, maquillaje y peluquería, logra robar el foco de atención en todos y cada uno de los planos en los que aparece. Una muñequita vulnerable y sexy inolvidable.

Mi devoción no se queda en Rachael, sino que alcanza de lleno a Sean Young la actriz y la persona. O el personaje, porque su vida es de película. Esta monada rubia teñida siempre de moreno (“ser rubia te hace cruel, loca y egoísta”) fue primero bailarina, luego modelo y después actriz. Tres de las profesiones que menos indiferencia causan en el Cupletero. Estuvo muy cerca de ser la Marion de En Busca del Arca Perdida, pero finalmente no fue hasta Blade Runner que coincidió con Harrison Ford, con quien se entendió fatal. En aquel rodaje se hace una serie de selfies con su Polaroid que son una delicia para mitómanos (gracias, Juan, por descubrírmelas; curiosos vayan a Google y tecleen “Blade Runner polaroids”). 

Así que Blade Runner la pone en el mapa, y de ahí a intervenir en algunas producciones de gran éxito como Dune o Sin Salida. En 1988 coincide en el rodaje de The Boost con el actor James Woods, casado por entonces. Parece ser que tuvieron un breve romance. No se sabe si ella no aceptó el fin del idilio, o si él juega con ella al despiste, o lo que sea, pero el caso es que Woods y su esposa acaban interponiendo una denuncia contra Young por acoso… estamos hablando de dejar una muñeca desfigurada en la puerta de la vivienda del matrimonio, o de colarse en su casa a pisotear el lecho conyugal. La cosa no llegó a los tribunales porque hubo acuerdo económico, pero el caso es que la fama de loca del coño la acompañaría ya toda la vida.

Ahí no acaba la cosa, porque un golpe de mala suerte en forma de accidente de equitación impide que interprete a Vichy Vale en el Batman de Tim Burton, papel que ya tenía otorgado. ¡Cómo me gusta a mi un buen perdedor!

De ahí ya, caída en picado: se presenta vestida de Catwoman en el rodaje de Batman Returns para demostrar que se habían equivocado dando el papel a Michelle Pfeiffer, increpa al director Julian Schnabel mientras éste da su discurso de agradecimiento en una entrega de premios, clínicas de rehabilitación, reality shows cutres en la tele… incluso llega a ser arrestada por colarse en una fiesta tras la gala de los Oscars de 2012. Existe el vídeo de la actriz saliendo de una comisaría de Hollywood, divina de la muerte, explicando que todo ha sido un error. ¿Pero me puede fascinar más una persona?  

Por lo visto se está preparando Blade Runner 2 para 2017, en la que podría aparecer de nuevo Harrison Ford… no se me ocurre una idea mejor para destruir el mito, la verdad.

Lo que deberían hacer es invertir ese dinero en producir a Quentin Tarantino un peliculón protagonizado por Sean Young, de forma que la diva fuera rescatada y puesta de nuevo en el firmamento. A lo David Carradine en Kill Bill. Eso me encantaría, lo digo de cupletero corazón.