viernes, 12 de diciembre de 2014

Cuestión de Tiempo



Cuando llegué a México, observé junto al apartahotel que fue nuestra primera morada (Suites Masaryk, valga esto de recomendación) un enorme cartel que anunciaba el programa de televisión México’s Next Top Model, presentado por Jaydy Michel. El Cupletero pensó entonces que su tiempo de ocio estaba ya solucionado, pero resultó que no. El programa es una ñorda que consiste en poner pruebas absurdas a un puñado de crías de 17 años, escuálidas y tontorronas,  para que los jueces luzcan como si fueran gente súper-ingeniosa. Además no estoy tan mayor como para que me gusten tan jóvenes (todo llegará).

Después de esta desilusión apagué la tele y volví al cine, de donde nunca debí haber salido. La primera medida fue sacarme el carnet del Blockbuster  de la calle Horacio, y la segunda echarme una amiga israelí (Eliane) que posee todo un Blockbuster pirata con miles de títulos del top-manta… aunque aquí debería llamarse top-puestecillo, porque en México la piratería no está permitida pero tampoco perseguida, así que en los mercadillos oficiales conviven puestos de guacamole con los últimos éxitos de las pantallas en bolsitas de plástico. La policía se pasea por allí preocupada por todo menos por el futuro de la industria audiovisual.

El Cupletero no piratea. Ni top-manta, ni descargas, ni nada. Eso sí, si un amigo me ofrece una peli pirata, el yonki cinéfago que hay en mi sucumbe y se refugia en el “yo-no-me-lucro” y en el “el-mal-ya-está-hecho”. O sea que me la llevo y me la veo. Luego la devuelvo rápido, pensando que así el mal no llega a impregnar mi persona. Un tipo de firmes convicciones, ese soy yo.

Cuestión de Tiempo (About Time), peli de 2013 que yo desconocía por completo, ha caído en mis manos de esa manera, y me ha encantado.  Está escrita y dirigida por Richard Curtis, guionista de Cuatro Bodas y un Funeral,  Notting Hill y Love Actually. Esto es lo mismo que decir que está parida por un auténtico superdotado para la comedia romántica, que es un género difícil en el que caer en la cursilería, los lugares comunes y hasta el ridículo es lo más normal. 

Es una historia de amor que incluye un elemento tan ingenuo como viajes en el tiempo, y como ocurrió en Atrapado en el Tiempo, sobre esa idea tan simplona se tejen conceptos de enorme profundidad vital, pero con una sencillez y un aire de cuento de hadas que le resta toda pretenciosidad.

Las películas del género “vive la vida como si cada día fuera tu último día de vida” me producen una ansiedad horrorosa. Me parecen tramposas y la sublimación del mayor perogrullo  que existe (¡ya sabemos que ese tic-tac puede ser el último de nuestro corazón!). Sin embargo, esta película cambia ese planteamiento por otro que me parece más adecuado y menos desesperante: vive la vida como si fuera exactamente aquella que has elegido vivir. No es cierto del todo, pero siempre es verdad parcialmente… y sí puede ser un punto de vista constructivo.

El resultado es una comedia sencilla pero muy divertida y muy emocionante. Me ha descubierto al actor irlandés Domhnall Gleeson, que promete ser el pelirrojo de referencia en el cine próximo. Perfecta en su papel de sanota belleza está también Rachel Mc Adams. Y sobre todo tenemos al gran Bill Nighy (que será para siempre el viejo roquero de Love Actually), que hace toda una creación: una figura paternal y tierna, sin perder ese aire canalla que acompaña habitualmente a todos sus papeles.

La peli me puso la lágrima a punto de Candy Candy , sin llegar a hacerme sentir manipulado emocionalmente, que es algo que me revienta.

Y además me sigo creyendo casto y puro porque no fui yo quien puso un puñado de pesos en la mano del pirata destructor de la creatividad y de la industria audiovisual… o a lo mejor no tanto. Ya veremos, todo es cuestión de tiempo. 

 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

El Graduado


 
Al enterarme de la muerte de Mike Nichols, sentí la necesidad urgente de volver a ver El Graduado. Ese mismo día me compré el DVD y revisité esta obra maestra.

No todas las películas “míticas” pasan a formar parte de mi mitología particular. Algunas supuestas obras de arte supremas me atraviesan como ondas de radio sin dejar ni rastro. El caso de El Graduado es el opuesto: desde que la vi pertenece a mi universo de referencias cinematográficas.

Muy merecidamente es una película icónica de su tiempo (año 1967). Su retrato del desorientado Ben Braddock (Dustin Hoffman) es el de una juventud que quiere ser diferente a la generación anterior, inadaptada en una sociedad burguesa y acomodada a la que rechaza, pero a la que pertenece. Puro movimiento hippy, vaya.

La banda sonora la hace también perfectamente identificable como película de finales de los ’60. Paul Simon compuso (o más bien adaptó una canción que ya tenía medio compuesta, parece ser) la emblemática Mrs. Robinson, pero el resto de las canciones de Simon y Garfunkel utilizadas en la película habían sido ya editadas previamente. La conexión entre éstas y la película es tal, sin embargo, que no se podría entender El Graduado sin Simon y Garfunquel… ni a Simon y Garfunkel sin El Graduado, seguramente.

El famoso cartel de la película, con esa tentadora pierna de mujer en primer plano (no pertenece a Anne Bancroft en realidad, sino a la entonces modelo y posteriormente actriz Linda Gray) y ese Dustin Hoffman semivestido y hechizado en un plano posterior, es también y por derecho propio un icono de la cultura pop. Reconocible incluso por personas que no han visto la peli, estaría en cualquier antología del poster.

La influencia cultural de El Graduado es tan enorme, que no es inusual denominar como “una Mrs. Robinson” a ese tipo de mujer madura, sofisticada y atractiva que llama la atención de los jóvenes. Y no es de extrañar que ese personaje haya dado nombre a ese concepto porque, sabio y valiente, Nichols dibuja una Mrs. Robinson que se convierte en uno de los más memorables personajes de la historia del cine.  La atracción que siente una chica joven por un caballero mayor (hasta viejo) es algo socialmente admitido… pero no la de un muchacho hacia una mujer mayor, aunque sea tanto o más habitual. Nichols se atreve a romper ese tabú y triunfa. ¿Cómo no va a perder la cabeza Dustin Hoffman por esa Anne Bancroft? Mrs, Robinson es todo lo que quieres pero no debes. Es el “reverso tenebroso de la Fuerza” hecho mujer. Es un bellezón que ha ido y ha vuelto cuando tu apenas sabes caminar.  Un personaje fascinante que borda una Anne Bancroft en estado de gracia, que parece haber nacido para ese papel y que da una auténtica lección de interpretación.

Excelente trabajo también el de Hoffman. Su Ben Braddock le puso en el firmamento, de donde ya nunca bajó.

Y si se está bajo el embrujo de Anne Bancroft, sólo hay una forma de romper el hechizo: que aparezca Katharine Ross. Una belleza luminosa, saludable, positiva… una promesa de felicidad para toda la vida con ojos verdes y la barbilla ligeramente partida en dos.

La peli tiene un ritmo perfecto, con el que avanza apoyándose en unos diálogos que son algo fuera de lo común, de una agudeza y de un sentido del humor extraordinarios.

Hay más. Lo mejor, para mí, es la valentía y la sensibilidad con la que esta película trata el muy difícil concepto del vacío vital. El vacío que uno siente el momento después del final de una etapa, cuando es consciente de haber terminado algo y no tiene más que la incertidumbre frente al próximo paso. El “y ahora… ¿qué?”. Los títulos de crédito iniciales son un perfecto dibujo de ese vacío, con un cariacontecido Hoffman avanzando sin moverse, arrastrado por esa alfombra deslizante que le empuja a casa tras acabar sus estudios en el college.

“Y ahora… ¿qué?” parecen decir también los aterrados y dubitativos rostros de los dos jóvenes protagonistas tras finalizar su catarsis de persecución (de uno) y entrega (de otra). Maravilloso final, perfectamente consecuente con el tono de la película.

Ese vacío vital tiene un precioso sonido, que no es otro que el Sound of Silence de Simon y Garfunquel que acompaña a ambas secuencias, inicial y final. 

¡Hasta siempre, Mr. Nichols!

sábado, 8 de noviembre de 2014

Maléfica


 
 
Algo está cambiando en Disney y es para bien. Sigue siendo el buque insignia del entretenimiento burgués y bienpensante “para toda la familia”, y además avanza con paso firme hacia el monopolio del cine de pura evasión: hace ya años con la compra de Pixar, y recientemente haciéndose con Lucasfilm (¡George, traidor!)… como un día se meriende a Dreamworks, ya sí que no se pondrá el sol bajo su imperio. 

No conozco el funcionamiento de la empresa por dentro, pero adivino que está gobernada por un consejo de administración bastante conservador y bastante puritano. Sin embargo, da la sensación de que de vez en cuando, y desde dentro de la organización, se hacen escuchar voces disidentes que consiguen salpicar sus producciones de elementos más desenfadados y más contemporáneos. Ahí está la simpática holgazanería de Baloo, la sensualidad de Pocahontas, el  toque pop de Hércules, la enternecedora terapia de grupo de los malvados de Rompe Ralph… y, muy recientemente, la  independencia de la Elsa de Frozen, que no necesita ser salvada ni completada por ninguna viril media naranja para ser idolatrada por las niñas del mundo entero.  Maléfica me parece el mayor y mejor exponente de esa corriente menos adoctrinadora y moralmente más compleja.

Disney toma una de sus más icónicas películas, La Bella Durmiente, y la revisa con valentía y acierto. Gira el foco de atención 180 grados y se coloca sobre la malvada hechicera, que del manido cliché del villano que lo es porque el mal le produce placer y punto, pasa a ser un personaje poliédrico, con sus claros y sus sombras: una heroica villana. Es esa ambigüedad la que dota a la película de un carácter moderno y creíble.

Este cambio de foco se cobra algunas víctimas. Quedan la Bella Aurora y el Príncipe Felipe en un segundo o tercer plano, completamente eclipsados. Nunca fueron personajes interesantes  en lo más mínimo, y merecen ese destierro. Se les llega a ridiculizar, diría yo. ¡Bravo! Que no haya piedad para los ramplones.

Plásticamente, la peli respeta los elementos más memorables de La Bella Durmiente (los pómulos de Maléfica, su retorcida cornamenta, la cuna, la rueca…) pero dentro de una atmósfera más sofisticada y oscura. Para ello Disney no escatima esfuerzos y lanza toda su artillería: vestuario magnífico, dirección de arte impecable, efectos especiales espectaculares… Factura de primera calidad, vaya.

En la banda sonora tenemos también una agradable y “adulta” sorpresa: el Once Upon a Dream de Lana del Rey. Una versión del vals del Príncipe Azul cargada de morbo y misterio.

Pero, ¿y por qué el Cupletero-Mariachi se dedica a ver Blue-rays que no son exactamente el último grito pudiendo estar por ahí bebiendo tequila? Pues porque ocurrió algo que agitó mi curiosidad por esta peli. En la fiesta de Halloween-Día de Muertos del colegio de mi niño, más de la mitad de las mamás “fresitas” iban disfrazadas de Maléfica. Hablo de decenas de mujeres que, con resultado desigual, habían pasado días preparándose para la ocasión. ¡Todo  un fenómeno social!

Sospecho sin embargo, que todas esas mujeres, a quien querían parecerse de verdad, es a Angelina Jolie. Y no me extraña. Siempre fue guapa, pero es que ahora además es elegante. Y cada vez mejor actriz.

D. E. P. la rubia ingenua que se queda frita hasta que un sosainas guapito de cara la besa.

¡Larga vida a Maléfica!

jueves, 30 de octubre de 2014

Carta (de amor) abierta a don Luis Buñuel.






Muy señor mío,

Una de las cosas que debo al cine es que me haya servido como vehículo para conocer a grandes personajes. El más grande de ellos es usted, don Luis. Como en otras ocasiones, el interés que me despierta el cine de un determinado autor, se convierte, en un momento dado, en interés por ese creador, por su persona, por su vida. No soy un erudito, no he visto todas sus obras, pero tengo una sólida admiración cupletera por usted.

Como digo, todo empezó por su cine. Con 16 años vi Los Olvidados y me causó la impresión de u cubazo de agua fría en la cara. La anticipación a los problemas de descohesión social en las periferias de las grandes urbes (¡estrenada en 1950!), el retrato realista y duro del entorno por un lado y las pinceladas oníricas y líricas por otro, despertaron vivamente mi curiosidad.

Al poco entré en contacto con su etapa inicial, la más puramente surrealista, con Un Perro Andaluz y La Edad de Oro. Más tarde estudié y entendí algo del movimiento surrealista: la yuxtaposición de conceptos inconexos como método de trabajo, el ataque sistemático a la sociedad burguesa, la insumisión a la disciplina de continuidad espacio-temporal… pero en ese momento yo sólo intentaba digerir esa imágenes de cine “prehistórico” (años 1929 y 1930 respectivamente) con una fuerza descomunal, una brutalidad estética que me descomponía, una belleza intemporal y una capacidad enorme de sugerir. ¿De sugerir qué?, ¿por qué?, ¿qué quiere decir?, ¿hay algún mensaje freudiano en esto?... Entendí más tarde que no: que todas las tramas o significados que yo creía adivinar eran sólo lo que yo quería comprender.

La obra de Dalí, su compañero en aquella etapa, coguionista de esas dos películas y el miembro del grupo surrealista que más popularidad y rendimiento económico obtuvo, me parece hoy pretenciosa, literal y aburrida. Artista de póster en sala de espera de dentista. Sin embargo, el surrealismo de usted, don Luis, tiene algo de pura verdad que le hace transcendente. Siempre quedó algo de fiel surrealismo en todas sus películas.

Poco a poco y con la inestimable ayuda de TVE (¡viva la televisión pública!) fui disfrutando (y sufriendo, que su cine es muy turbador) de muchas de sus joyas: Nazarín, Viridiana, El Ángel Exterminador, Simón del Desierto, Belle de Jour, Tristana, El Discreto Encanto de la Burguesía, o Ese Oscuro Objeto de Deseo. Por cierto… ¿habrá alguien mejor que usted poniendo títulos? Imposible; en este aspecto, como en otros muchos, me arrodillo ante usted.

En todas sus películas tengo la sensación de haberlas entendido sólo a medias, y eso es maravilloso porque me dejan con un apetito insaciado que me hace volver a por más Buñuel. Todas me sorprendieron, me perturbaron y me hicieron reflexionar, muchas veces sobre cosas que dudo mucho estuviesen en su intención como creador. Así es su cine: un eficaz catalizador de actividad neuronal pero sin señalar la dirección del razonamiento, sin atisbo de autoridad moral o intelectual.

Me chocaba que algunas de sus películas fuesen producciones francesas rodadas en España, otras producciones españolas rodadas en España, otras producciones mejicanas rodadas en México, otras producciones francesas rodadas en Francia, otras producciones mejicanas rodadas en México… ¿esto por qué? Mi cupletera curiosidad fue saciada por un regalo de mi madre: un libro llamado “Mi Último Suspiro”, autobiografía de usted asistida por su amigo, el guionista Jean-Claude Carriére. Entonces ya sí que me enamoré del todo.

Nacido en 1900, es usted puro siglo XX. Criado en una familia acomodada dentro de una sociedad rural aún casi feudal, se va convirtiendo usted en un personaje cosmopolita y universal, con contacto directo con toda la agitación artística, política y social del siglo. Calanda, Zaragoza, San Sebastián, Madrid, París, Los Ángeles, Nueva York y México D.F. Nada mal para un chico de pueblo en un mundo analógico lleno de fronteras. Pero aún más sorprendentes son las amistades que mantuvo (Dalí, Lorca, Chaplin o André Bretón) o los actores con quien trabajó (Paco Rabal, Fernando Rey, Silvia Pinal, Catherine Deneuve, Carole Bouquet o Ángela Molina)… ¡en una ocasión fue usted invitado a cenar en casa de George Cukor junto a, entre otros, John Ford, Alfred Hitchcock, Willian Wyler y Billy Wilder! Un auténtico festival mitómano.

Además de director de cine, su curriculum laboral pasa por ser asesor técnico-histórico en Hollywood, jefe de protocolo (en realidad de inteligencia y propaganda) en el Embajada de España en París durante la Guerra Civil, y director del MOMA de Nueva York. El del Cupletero que le habla es aún un poco menos interesante.

Es usted un personaje fascinante, además, por inclasificable y contradictorio. Un garrulo cultísimo. Un erudito palurdo. Un tipo rudo, de pueblo, amante de las armas y del boxeo… y también amante de los sueños y de la poesía. Sencillo pero cosmopolita. Subversivo pero bon vivant. Revolucionario pero perezoso. “Ateo gracias a Dios” (en sus propias palabras).

Cuando supe que vendría a vivir a México una temporada, se me revolvió el recuerdo de su cine mejicano, y no tuve más remedio que releer su biografía, que cada vez me parece un libro más interesante, hasta el punto de convertirse usted en algo así como mi filósofo de cabecera. Me parece de una clarividencia remarcable su acercamiento a los grandes temas del hombre: Dios, el misterio, el trabajo…

Sobre Dios, su posición es para mi exquisitamente racional: “me niego a hacer intervenir a una divinidad organizadora  cuya acción me parece más misteriosa que el el misterio; no me queda sino vivir en cierta tiniebla. Lo acepto”. O “en alguna parte entre el azar y el misterio se desliza la imaginación, libertad total del hombre”. Este idilio fiel que mantiene usted con la incertidumbre, en su vida y en su obra, es para mi pura belleza y pura verdad.

También comulgo con su veredicto sobre el trabajo, sacrosanto pilar de la sociedad burguesa, pero que ustedes los surrealistas entendieron que es una falacia. El trabajo para ganarse la vida, se entiende. No así el que se hace por gusto o por vocación, ese sí ennoblece al hombre. Se lo vengo diciendo a mi jefe desde hace mucho, pero de momento no me ha valido para gran cosa. Lo seguiremos intentando.

A sus pies, don Luis.

El Cupletero-Mariachi.

 

martes, 7 de octubre de 2014

Boxtrolls, sala VIP.



No sé si existe en España, pero en cualquier caso no es tan habitual ni tan popular como en Méjico ver películas en las llamadas “sala vip”.  La cosa consiste en cruzar un cine con un cabaret y con el sillón del tío Paco. O sea:

  1. Cójase una sala de cine.
  2. Añádase unos sillones reclinables de confort máximo con los que quedarse mirando al techo si a uno le apetece.
  3. Sitúense bien separados dichos sillones para evitar la clásica guerra de codos con el vecino.
  4. Una vez conseguido esto, instale una cocina e intercale mesas cada dos butacas.
  5. Contrate usted una legión de camareros (aquí “meseros”) veinteañeros que irán y vendrán atendiendo las comandas del respetable.  
  6. Ya está, disfrute de la experiencia.

En mi caso no creáis que disfruté tanto; el Cupletero en el fondo es bastante purista, y no es amigo de elementos externos que distraigan de la propia película. Y como habréis intuido, una sala vip es un buen carajal de comida, bebida (alcohólica si uno gusta) y meseros que traen la vuelta de la cuenta. Además, hasta que acabé mi menú estuve viviendo sin vivir en mi, pendiente de no mancharme de mayonesa y de no echarme encima la cerveza con ayuda de la oscuridad y de mi natural torpeza cuando miro una pantalla.

Pero oye, esa butaca que me abrazaba como una madre a su bebé me la hubiera llevado a casa de mil amores.

La película elegida fue Boxtrolls, una infantil (hola, seguimos sin canguro…) que a España llega a finales de octubre. Me encantó. Bueno, el principio no lo recuerdo bien, ya que estaba centrado en mojar patatas en salsa de jalapeños sin perder la dignidad.

Boxtrolls es la tercera película de la productora Laika Entertainment, especialistas en stop motion y responsables de Los Mundos de Coraline y de El Alucinante Mundo de Norman. Colaboraron en sus inicios con Tim Burton en La Novia Cadáver y desde luego aprendieron bien. No he visto Norman, pero Coraline y Boxtrolls me parecen fabulosas. 

En plena era digital, una técnica narrativa como la stop motion o “muñequitos-que-parece-que-se-mueven” tiene algo de rupestre y de innecesariamente laborioso pero, tal vez por ello, emocionantemente bello. Al final de los títulos de crédito de Boxtrolls hay un divertido guiño a la desmesurada trabajera necesaria para animar esas inanimadas figuritas a base de imágenes fijas sucesivas.

Si ha sobrevivido esta arcaica técnica de animación es porque aporta, cuando se hace bien, una belleza plástica tremenda, sobre todo cuando se apoya en un universo formal y en una sensibilidad tan particular y rica como la de Tim Burton, el mago indiscutible de este género y autor de la maravillosa Pesadilla Antes de Navidad, que es la referencia evidente de Boxtrolls (muy digna “hija” de aquélla).

Pero además de una gran experiencia plástica (su diseño gráfico y su dirección de producción son una pasada), Boxtrolls es una amena historia de búsqueda de las identidades personales y de grupo, y con personajes bien definidos… estereotipados hasta la caricatura tal vez, pero eso es algo adecuado para el género de los cuentos.  Un tarzán atolondrado, una adorable niña rebelde, un aristócrata bobo, un malvado travestido, unos esbirros filosofantes… Tiene golpes muy divertidos y un mensaje moral de fondo suficientemente complicado como para ser soportable por el público adulto.

Y las manchas de jalapeños salen en la lavadora, o sea que bien.

viernes, 29 de agosto de 2014

Tortugas Ninja



Mi bautizo como espectador en México ha sido con la enésima versión de esa marcianada ochetera que son las Teenage Mutant Ninja Turtles. En España no se estrenará hasta finales de septiembre… esa suerte que tenéis.

No acudí de forma estrictamente voluntaria a ver esta película de culto cinéfilo, sino más bien empujado por la circunstancia de que fuera la única película infantil de la cartelera; que como no tenemos aún canguro ni nada, pues vamos a todas partes juntos como la familia Telerín.

A mis niños les gustó mucho, dicen, pero la peli es bastante pestiño, de esas de mucho efecto digital y peleas muy espectaculares pero sin emoción ninguna, y en las que no sabes si van a vienen. Un producto muy pensado para el merchandising y para el efecto 3D.

Estos bichejos peleones con nombres de pintores renacentistas ya conectaron con fuerza con los niños de los 80 (¡fueron los personajes favoritos de mi hermana pequeña!) y parece que de nuevo lo han conseguido con los niños de los años 2000. La maniobra ha sido de manual: primero nos han calentado a la chavalada con la serie de dibujos de TV, juguetes de todo tipo y demás. Y cuando ya los niños se saben de memoria sus nombres… ¡zas! la peli.

Para rematar el atractivo comercial del producto, y como incentivo para los padres (no madres) acompañantes, nos ponen a Megan Fox en el papel de April O’Neil. Para mi esta chica tiene una belleza excesivamente quirúrgica que no resulta nada interesante, pero bueno, tampoco es que sea una condena observarla.

De positivo sacamos unos títulos de crédito chulos, un buen papel secundario (casi un cameo) de Whoopi Goldberg, dos o tres puntos graciosos y una muy divertida secuencia de las 4 tortugas armadas hasta los dientes en un ascensor. Pero que no haya duda, la peli en general es un rollo, en el que además se ha perdido todo el factor sorpresa que sí hubo en los últimos años 80, cuando aparecieron estas tortugas, que además eran ninjas, que además eran mutantes y que además eran adolescentes. Ahora vienen hechas por ordenador, ¿y qué?

He visto y/o vivido cosas más extraordinarias que reptiles mutantes en los 15 días que llevo en México D.F. Os voy a poner un ejemplo, que paso a relatar. Hace unos días fui con los niños a visitar una escuela infantil. Se nos hizo pasar al despacho de la directora; en el recibidor previo descansaba sobre un sofá una risueña monja a laque calculé unos 100 años de edad, y que me presentaron como “la madre fundadora”. Saludé, y la monja me miró como mira Silvestre a Piolín. Pasé al despacho y tomé asiento. Mientras la directora me contaba los pormenores del funcionamiento de la escuela, veo de reojo que la monja se levanta y viene hacia mi. Tal vez no sobre indicar que la susodicha “funcionaba” ayudada por un respirador de esos que consisten en un tubito que pasa por debajo de la nariz y se conecta a una bombona de oxígeno que se desplaza sobre un carrito. En ese momento, la monja me alcanza por la espalda, posa sus huesudas manos sobre mis trapecios y me regala un sorprendentemente enérgico masaje (de largos segundos de duración) mientras me dice:  “se te cae la babita con tu niña, ¿verdad?”.

Después de cosas de este tipo, ver a una tortuga manejando unos nunchakus te deja frío.

De todas formas, y como ya sabéis, a mi me gusta ir al cine, aunque sea a ver una mala peli. Ahora que el Cupletero está a 9000 km de su Madrid, la verdad es que en una sala de cine se siente como en casa. La magia del cine, de nuevo.

martes, 5 de agosto de 2014

Ocho Apellidos Vascos


Cinéfilo de acción retardada, el Cupletero acaba de ver por fin la película española del año, y a estas alturas no se puede escribir nada sobre ella sin ponerla en valor respecto del fenómeno que ha supuesto, tanto por su recaudación como por su repercusión social.

En este mundo de mierda (y no me refiero al mundo del cine, sino más bien al planeta Tierra) la calidad de nuestro trabajo se suele medir en función del dinero que hagas ganar a tu jefe. En la industria cinematográfica esto es equivalente a la taquilla que haga tu película. Ocho Apellidos Vascos es la película española más taquillera de la historia dentro de España, con 6,5 millones de espectadores en nuestro país, y por lo tanto podría considerarse una película excelente… al menos desde ese punto de vista mercantilista.

Hay películas que obtienen grandes resultados en taquilla gracias a que muchos aficionados al cine compramos nuestra entrada, pero es que Ocho Apellidos Vascos ha conseguido que vuelva al cine gente que hacía muchos años que no gastaba un céntimo en ver una película. Brindo por ello, la industria necesita muchos productos así, capaces de generar grandes beneficios. 

El otro ámbito en que ha supuesto un terremoto es en el político-social. Ha conseguido crispar tanto a la derechona españolista como al entorno de la izquierda abertzale. Brindo por ello también, ambos sectores se merecen que les hagamos mucho de rabiar.  

¿Es entonces Ocho Apellidos Vascos una excelente película? ¿O al menos es una gran comedia? Pues creo que no tanto… esta misma temporada se estrenó la cinta española Tres Bodas de Más, que me pareció bastante mejor comedia. Del mismo director de Ocho Apellidos Vascos, Emilio Martínez-Lázaro, me gusta más El Otro Lado de la Cama. Y también soy mucho más partidario del Pagafantas de Borja Cobeaga, uno de sus guionistas (junto con Diego San José).

Ocho Apellidos Vascos es una comedia romántica clásica que cambia Capuletos y Montescos por vascos y andaluces, pero también es un auténtico bombardeo de chistes apoyados en los tópicos regionales… ¡TODOS los tópicos! Sin dejar uno (a veces incluso cayendo en la tentación de repetir un chiste varias veces). Y ese es el gran acierto de esta película, que hurga en todos los estereotipos, incluidos aquellos que hasta hace muy poco eran tabú. No se practica la autocensura y eso el público lo ha premiado.  

Cobeaga y el resto de creadores del programa de ETB Vaya Semanita se pasaron 10 temporadas escribiendo chistes de “vascazos” y de “españolazos”  sin cortarse un pelo, pero el mérito de Ocho Apellidos Vascos es el de ser la primera producción destinada a la generalidad del público español  que lo hace… y el que golpea primero golpea dos veces. 

Eso no significa que sea una comedia redonda, que creo que no lo es. Principalmente adolece de un problema estructural serio con el personaje de Carmen Machi, clarísimamente metido con calzador para dar la réplica al personaje de Karra Elejalde, pero que resulta increíble y desdibujado… a pesar de lo gran actriz que es la Machi.

Soy muy partidario de Clara Lago en general. Me gusta mucho su naturalidad actuando; me gusta su voz, grave para una chica menuda como es ella; y me gusta mucho su belleza “cercana”, así como de la guapa del instituto. Sin embargo su personaje en Ocho Apellidos Vascos no da para lucirse mucho. La verdad es que los dos personajes femeninos son poco más que el contrapunto necesario para el lucimiento de los dos protagonistas masculinos.

Dani Rovira sí se cuelga una medalla en esta peli: está muy muy divertido  en su faceta de cómico, pero además le sienta bien el traje de actor, realizando una interpretación correcta y convincente.  Pero sobre todo merece destacarse el Koldo de Karra Elejalde, una creación fantástica a partir del estereotipo del aita… ¡memorable!

Se preparan ya la secuela y algunas “réplicas” de comedias romántico-regionalistas, pero dudo mucho que riamos tanto la gracia en sucesivas ocasiones… En las primeras comedias de “el destape”, bastaba con mostrar una teta y a un señor bajito y feo babeando frente a ésta para que nos mondáramos en el cine, pero pasado ese primer momento, hace falta mucho más para arrancar una carcajada. La diferencia de calidad entre aquellos bodrios y Ocho Apellidos Vascos es abismal, pero lo que quiero decir es que cuidadito con repetir demasiado la broma… que no hay nada más patético que una gracia que se estira demasiado.

viernes, 4 de julio de 2014

MBIG




Desde hace algunos meses está ocurriendo en Madrid un fenómeno teatral fuera de lo común. Macbeth International Group (MBIG) no es una obra de teatro que el espectador contemple desde el patio de butacas; es una experiencia teatral que se vive desde dentro.

La distancia que hay entre teatro convencional y el Macbeth que se representa en La Pensión de las Pulgas es la misma que hay entre contemplar fieras salvajes en un zoológico o hacerlo desde el Jeep en un safari en Kenia. En La Pensión el espectador tiene el privilegio de estar invitado a la mesa, de ser parte del decorado, de “oler” la acción (que se desarrolla a metro y medio de tus ojos). Experimentar (no sólo contemplar) la adaptación del clásico shakespeariano que nos propone José Martret es lo más parecido a estar metido dentro de una película, con la apasionante intensidad que ello conlleva.

Como en otros espacios escénicos surgidos últimamente, la representación tiene lugar en diversas estancias que van siendo transitadas por el público. Lo especial de este montaje es que la escenografía se adapta a la acción y al espíritu de la obra como un guante, funcionando en perfecta sintonía con aquélla.

MBIG se apoya sobre el texto literal (o casi) de la obra original, pero utilizando la estética de glamour y sofisticación de las élites que dirigían las grandes corporaciones americanas de principios de los años ’60 (MadMen). Este recurso dota a este Macbeth de una fuerza plástica impresionante. Pero no sólo eso, también refuerza el mensaje shakespeariano, ya que ese mundo tiene todas las resonancias de ambición, lealtad, traición, prestigio e intrigas de poder que se retratan en la escocia del siglo XI.

Otro acierto es también reforzar este Macbeth con la filosofía de superación personal y de éxito empresarial de textos de referencia en este ámbito, como Los Siete Hábitos de las Personas Altamente Efectivas o ¿Quién se ha Llevado mi Queso? Estas pinceladas quedan a cargo de Camelia, el único papel inventado por Martret y que funciona a la perfección como anfitriona y como recurso conector entre los diferentes espacios.

Este trípode Shakespeare-MadMen-Empresa funciona con una solidez impresionante. Martret desde luego demuestra criterio, valentía y buen olfato.

La dirección de arte (a cargo de Alberto Puraenvidia) y el vestuario (parcialmente de Lorenzo Caprile) están cuidados hasta el último detalle; y los efectos sonoros, aunque discretos, ayudan a conseguir una inmersión total del espectador en la trama.

Excelente también es la elección de los actores. Existe, en mi opinión, sólo un actor que se queda por debajo del altísimo nivel general… pero un error frente a 9 aciertos no es un error, es un desliz. De todos modos, es de justicia reconocer que su evolución desde las primeras funciones hasta las actuales es verdaderamente notable.  

Grandes son las 3 brujas, interpretadas por  sólo dos actrices (preciosa licencia esta). Camelia estuvo magistralmente interpretada por  Inma Cuevas, ahora sustituida por una Raquel Pérez  que le da un aire distinto pero igualmente sobresaliente.  Remarcable el Banquo  de Daniel Pérez Prada (¡tal vez el hispanohablante con más pinta de escocés que he visto!) que nos lleva desde el colegueo y la lealtad hasta la decepción y la rabia.

No conviene perderse ni uno solo de los sutiles gestos que entrega Pepe Ocio a través de su Macduff, héroe sereno y devastado a quien le cuesta todo y más poner algo de cordura en  esta olla a presión. Muy meritorio conseguir proyectar todo eso desde la contención y el autocontrol, con la actitud antiheroica de quien hace nada más que lo que tiene que hacer.

Fran Boira memorable también, conduciendo un Macbeth sin frenos, desquiciado y desquiciante. Aterrador, pero también llega a despertar lástima de puro infantil y desnortado. Tal vez excesivo en algunos momentos, pero desde luego eficaz.

Un reparto tan coral difícilmente tiene dueño, pero en este caso yo lo tengo claro: MBIG pertenece a su reina, Lady Macbeth. Rocío Muñoz-Cobo va tejiendo sin prisa, con hilo fino, un personaje colosal. Una mujer enamorada, una zorra manipuladora e hipersexual, una ambiciosa sin medida, una gélida criminal, una reina orgullosa con una perenne sonrisa social, una compañera decepcionada… todo esto y mucho más es la Muñoz-Cobo, que gestiona las transiciones entre sus diferentes estadios con una naturalidad y una elegancia tales que espectador no puede hacer otra cosa que tragar y digerir el personaje. ¡Porque aquí manda ella!

La abrumadora belleza de esta actrizota, y su presencia física, fuerte y atlética, no son en este caso un agradable ornamento al personaje, o no solamente. Son un recurso expresivo más, en contraste con lo horrible de su interior y lo bajo de su caída.

Cuando después de toda esa montaña rusa emocional, la preciosa Muñoz-Cobo nos muestra a esa Lady Macbeth triturada, consumida desde dentro, aterrada de sí misma, devorada por sus pesadillas hasta convertirla en una criatura de extrema fragilidad que se autodestruye… bueno, el Cupletero se queda con el pecho helado, la garganta seca y el alma encogida.

Mi actriz favorita se llama Rocío Muñoz-Cobo. Categóricamente.


domingo, 15 de junio de 2014

Pancho, el Perro Millonario



“¿Pero qué hago yo aquí?”, “a ver cuándo acaba esto”, o simplemente “jo, qué rollo” son sólo algunas de las cosas que me pasaban por la cabeza cuando estaba el jueves pasado en el cine con mis niños viendo Pancho, el Perro Millonario. No sintáis lástima por mi, no, que aquí cada uno tiene lo que se merece.

Yo siempre he odiado las pelis de perros, así en general. Ni Lassie, ni Beethoven, ni Socios y Sabuesos, ni Rex el perro policía, ni Cujo el perro asesino ese… Los detesto, y si además el bicho tiene sentimientos y ayuda a su amo a entender el valor de la vida y del amor, ya me enfermo vivo. Sólo recuerdo una peli con un perro entre el reparto principal que me haya gustado: la maravillosa The Artist.

¿Qué hago yo entonces en el cine viendo a Pancho? Para comprenderlo hay que retroceder unos días, cuando cayó en mis manos un Cinemanía en el que leí que alguien había tenido la audacia de producir un largometraje entero sobre el perro del anuncio de la lotería. “Vaya tontería más marciana” pensé yo, y seguí leyendo: protagonizada por Patricia Conde (“¡ostras!”), con la aparición de María Castro (“¡oh!”) y Marta Hazas (“¡anda!”).  Inmediatamente, el hemisferio cupletero de mi cerebro tomó el mando de toda mi materia gris y grité:

-          Niños, ¿queréis ir a ver la peli de Pancho?

-          ¡¡¡¡Síííí!!!!

El resto ya es historia.

Voy a intentar olvidar la manía que le tengo al cine canino para explicar por qué Pancho es una mala película. Principalmente el problema es que no tiene pulso, el ritmo es inexistente. A mis niños les gustó mucho, o eso dicen, pero la verdad es que pasada la primera media hora la niña no paró de treparme y retreparme, y el niño se pasó más rato de pie que sentado.  A las payasadas del perro no les vi  gracia ninguna. El protagonista varón, Iván Massagué, es de un desdibujado que te mata de aburrimiento. Aparece una pareja de esbirros tontorrones , Alex O’Dogherty y Secun de la Rosa  que no funcionan en absoluto, sobre todo, me parece a mi, porque no hay química ninguna entre los dos (¡está muy feo hacerle eso al gran Secun!). César Saracho nos hace una prolongación de su Bernardo de Cámara Café pero en entrenador de perros… resulta resobado y tampoco funciona bien.

Pero no todo en Pancho es malo. La canción de Efecto Pasillo (Me Sabe Bien) es de muy buen rollo. Tenemos a un buen malvado encarnado con clase por Armando del Río. Un buen puñado de secundarios defiende muy dignamente su plaza, como Eloy Azorín, María Castro y sobre todo Marta Hazas.

De todos modos, lo que de verdad me sacaba a ratos de mi letargo era Patricia Conde, no os voy a engañar. Con un desparpajo encantador, buena presentadora y showwoman, pero ¿es actriz? Creo que aún no. Empieza francamente mal, pero según avanza la película va mejorando y llega a lucirse plenamente cuando hace eso que se le da tan bien: interpretar a una rubia guapa y lista que se hace la tonta, o interpretar a una guapa y tonta que se hace la lista. Ambas cosas las borda, y dentro de esos registros nos regala unos cuantos buenos gags.

Para mi que Disney ha puesto a Angelina Jolie al frente de Maléfica para incentivar que los padres (varones) lleven a sus hijos al cine, y que aquí se ha buscado una estrategia parecida confiando en  el tirón de Patricia Conde entre el público masculino. Y los fans de ésta no nos vamos con las manos vacías. Nosotros pagamos las entradas de nuestros niños y a cambio el director de Pancho , Tom Fernández, nos regala todo un muestrario de gestitos traviesos de la guapa (y sobre todo muy salada) vallisoletana… y además ahora mírala con el pelo mojado, y ahora mira cómo mueve la cadera con esta falda de tubo y estos tacones, y ahora un poco de escote…  ¡qué previsibles somos los padres cupleteros!

 

jueves, 29 de mayo de 2014

Dentro y Fuera



Actualmente en mi amada Madrid tenemos una oferta teatral tan amplia que es prácticamente inabarcable. Para todos los gustos, para todos los presupuestos y en todo tipo de salas. Desde las superproducciones musicales de los grandes teatros tradicionales de la Gran Vía hasta todo tipo de microteatros en salas alternativas, sótanos de bares de copas o librerías. Este fenómeno es sin duda el resultado de una vibración creativa que sacude la ciudad y brota por cualquier rendija, pero también es un síntoma de una peligrosa y preocupante desestructuración y desprofesionalización de la industria teatral. Así están las cosas, existe sin duda un conflicto que resolver pero no es esta mi tarea… yo aquí he venido a cupletear.

A medio camino exactamente entre los grandes teatros y las minisalas improvisadas está la Sala AZarte, una sala mediana que cuenta con un pequeño patio de butacas, pero ni anfiteatro, ni acomodador, ni cortinas de terciopelo rojas. En esta sala se representa actualmente Dentro y Fuera, dirigida y escrita por Víctor García León (que firmó la buenísima película Vete de Mi).

Todos conocéis ya la fascinación que me provocan los actores y su oficio, así que no es de extrañar que disfrute especialmente  con obras como esta, en las que actores interpretan a actores, pero en este caso además los actores interpretan a actores que están interpretando una obra dentro de la obra… algo así como los sucesivos niveles de sueño de la película Origen. Se nos muestran las intrigas y los dramas del camerino (¡con lo que disfruto yo mirando donde no debo!), pero también esa obra dentro de la obra que se descontrola totalmente regalándonos momentos absolutamente desternillantes.

Gracias a un novedoso (al menos para mi) y eficaz recurso escénico, esta obra puede experimentarse de dos formas distintas por el espectador. Es una obra “reversible” (dentro-fuera, ya avisa el título) de modo que un mismo relato puede ser digerido de dos formas diferentes. Estoy siendo deliberadamente confuso para no ser demasiado spoiler, pero os lo voy a resumir: mola mogollón.

Es necesario remarcar lo extraordinariamente buenas que son las interpretaciones. Paola Matienzo es un muy correcto juguete roto, una mujer rendida, a quien debemos además la idea del doble montaje.  Alberto Jiménez, que será para siempre el padre del amigo de El Bola, está totalmente convincente en su viaje hacia el delirio y sus forcejeos con la realidad y con sus compañeros.

Impresionante Alicia Rubio, una actriz que me fascina, desconocida (aún) por el público en general pero muy conocida y reconocida (premio de la Unión de Actores a la mejor actriz secundaria de cine 2013) dentro de la profesión. Actriz de tremenda fuerza cómica, con especial “mano” para los papeles costumbristas (bien lo sabe Daniel Sánchez Arévalo) pero además es un animal dentro del registro dramático… la verdad que tiene cuando llena sus ojazos de lágrimas es algo conmovedor. Por ello en Dentro y Fuera dirige su papel entre lo patético y lo cómico sin dificultad alguna.

Igualmente no muy conocido por el gran público pero archiconocido dentro del mundo escénico es Pepe Ocio, un excelente actor que encarna a la perfección a héroes discretos, a pobres hombre superados por su realidad y a iluminados en el borde de la locura o el fundamentalismo. En este caso nos sorprende con un registro cómico absolutamente hilarante y un acertadísimo retrato de algo así como un “tonto con suerte”. Tiene Ocio en Dentro y Fuera el reto de interpretar a un actor que es mal actor… algo que sin duda debió costarle mucho trabajo.  

De forma modesta pero bella se tratan en esta propuesta teatral  los conceptos “dentro” y “fuera”, que son tan relativos y subjetivos como podrían serlo “realidad” y “teatro”. Todos hemos tenido la sensación de estar interpretando un papel en la vida real, así como todos hemos creído estar tocando la más pura realidad en un teatro… al menos al Cupletero le pasa.

sábado, 17 de mayo de 2014

Nueva Vida en Nueva York


Durante el curso 1998-99, el Cupletero aún no estaba inventado, pero estaba gestándose. Aquel  pre-cupletero o cupletero-larva vivía una experiencia alucinante: una beca Erasmus. El programa erasmus responde desde 1987 a una iniciativa de la Unión Europea para “fabricar” ciudadanos europeos con conciencia de serlo, a través de intercambios entre universidades y ayudas económicas a los estudiantes. Es seguramente el mayor acierto en política cultural europea de la historia y para los participantes una experiencia absolutamente positiva tanto académica como personalmente. Y divertida. Muy, muy, muy divertida. Si uno tiene mucha suerte puede incluso conocer a su futura esposa.

Al poco de volver de aquel inolvidable paréntesis se estrenó Una Casa de Locos (2002), pésima traducción de L’Auberge Espagnole, en la tradición de añadir el adjetivo “loco” al nombre para ir avisando de que se trata de una “divertida comedia”: Loca Academia de Policía (Police Academy), La Loca Historia de las Galaxias (Spaceballs), El Abuelo Está Loco (The Gnome-Mobile), La Loca Historia del Mundo (History of the World Part I)… esto es una buena mierda que debería parar ¡pero ya!

Una Casa de Locos, evaluada fríamente, seguramente no pase de comedia medianamente correcta, pero recrea tan acertadamente el ambiente y las peripecias erasmus que consiguió que llorara de nostalgia. No hablo en sentido figurado, hablo de agua por mis mejillas.

En 2005, el mismo director, Cèdric Klapisch, realizó la primera secuela, Las Muñecas Rusas (esta vez sí, Les Poupées Russes) repitiendo gran parte del reparto y configurando una flojísima película del género “treintañeros dudan si es el momento de sentar la cabeza o no”. A pesar de pillarme en la edad justa de nuevo, no me dijo nada.

Pero ahora se estrena Nueva Vida en Nueva York, traducción libre, tontorrona y spoiler de Casse-tête Chinois (vuelta a las andadas) y esta vez vuelve a tocarme la fibra.  La vida del protagonista de la trilogía, Xavier (Romain Duris), no es exactamente como la mía pero existen suficientes paralelismos como para que me sienta muy identificado con el personaje. Se acerca a los 40 (como yo), tiene un hijo y una hija (como yo), conoció a su mujer y madre de éstos durante su beca erasmus (como yo) y sobre todo es alguien que asiste atónito a un mundo en el que todo el mundo parece saber lo que quiere y cómo conseguirlo, y que por lo tanto marcha firme en esa dirección; mientras tanto, él lidia con una realidad propia azarosa e incontrolable frente a la que sólo puede ir adaptándose como buenamente puede. 

También me une a Xavier una clara tendencia a rodearme de amistades femeninas… yo no tengo, como él, una amiga íntima lesbiana (¡grandísma Cécile de France en este papel!), pero me encantaría; es algo que creo que me merezco y que algún día se me concederá.

Un rompecabezas chino (casse-tête chinois) es algo que no se entiende al primer vistazo pero es un desafío alcanzable: al final todas las piezas encajan. O eso dice esta película, que trata de la complejidad de la vida pero siempre dentro de el tono ligero y en cierta medida edulcorado de una comedia pura. El marco elegido es acertadamente un Nueva York no de postal, sino de asfalto agrietado y engorrosos papeleos, pero que aún así  simboliza, como siempre, la posibilidad de una nueva oportunidad y de la constante reconstrucción de la identidad propia. 

Muy divertida, amena, rápida, atractiva visualmente y con una banda sonora chulísima, la película flojea sin embargo en el desenlace final, como es habitual en la mayoría de las comedias, por otra parte.  A mi me encantó pero no me atrevería a recomendarla con mucha insistencia, porque no todo el mundo tiene porqué sentir la sintonía con Xavier que tiene el Cupletero, que es padre de familia pero aún no sabe qué quiere ser de mayor…

Y recordad, el cine francés siempre en versión original, ¡eh!