miércoles, 26 de noviembre de 2014

El Graduado


 
Al enterarme de la muerte de Mike Nichols, sentí la necesidad urgente de volver a ver El Graduado. Ese mismo día me compré el DVD y revisité esta obra maestra.

No todas las películas “míticas” pasan a formar parte de mi mitología particular. Algunas supuestas obras de arte supremas me atraviesan como ondas de radio sin dejar ni rastro. El caso de El Graduado es el opuesto: desde que la vi pertenece a mi universo de referencias cinematográficas.

Muy merecidamente es una película icónica de su tiempo (año 1967). Su retrato del desorientado Ben Braddock (Dustin Hoffman) es el de una juventud que quiere ser diferente a la generación anterior, inadaptada en una sociedad burguesa y acomodada a la que rechaza, pero a la que pertenece. Puro movimiento hippy, vaya.

La banda sonora la hace también perfectamente identificable como película de finales de los ’60. Paul Simon compuso (o más bien adaptó una canción que ya tenía medio compuesta, parece ser) la emblemática Mrs. Robinson, pero el resto de las canciones de Simon y Garfunkel utilizadas en la película habían sido ya editadas previamente. La conexión entre éstas y la película es tal, sin embargo, que no se podría entender El Graduado sin Simon y Garfunquel… ni a Simon y Garfunkel sin El Graduado, seguramente.

El famoso cartel de la película, con esa tentadora pierna de mujer en primer plano (no pertenece a Anne Bancroft en realidad, sino a la entonces modelo y posteriormente actriz Linda Gray) y ese Dustin Hoffman semivestido y hechizado en un plano posterior, es también y por derecho propio un icono de la cultura pop. Reconocible incluso por personas que no han visto la peli, estaría en cualquier antología del poster.

La influencia cultural de El Graduado es tan enorme, que no es inusual denominar como “una Mrs. Robinson” a ese tipo de mujer madura, sofisticada y atractiva que llama la atención de los jóvenes. Y no es de extrañar que ese personaje haya dado nombre a ese concepto porque, sabio y valiente, Nichols dibuja una Mrs. Robinson que se convierte en uno de los más memorables personajes de la historia del cine.  La atracción que siente una chica joven por un caballero mayor (hasta viejo) es algo socialmente admitido… pero no la de un muchacho hacia una mujer mayor, aunque sea tanto o más habitual. Nichols se atreve a romper ese tabú y triunfa. ¿Cómo no va a perder la cabeza Dustin Hoffman por esa Anne Bancroft? Mrs, Robinson es todo lo que quieres pero no debes. Es el “reverso tenebroso de la Fuerza” hecho mujer. Es un bellezón que ha ido y ha vuelto cuando tu apenas sabes caminar.  Un personaje fascinante que borda una Anne Bancroft en estado de gracia, que parece haber nacido para ese papel y que da una auténtica lección de interpretación.

Excelente trabajo también el de Hoffman. Su Ben Braddock le puso en el firmamento, de donde ya nunca bajó.

Y si se está bajo el embrujo de Anne Bancroft, sólo hay una forma de romper el hechizo: que aparezca Katharine Ross. Una belleza luminosa, saludable, positiva… una promesa de felicidad para toda la vida con ojos verdes y la barbilla ligeramente partida en dos.

La peli tiene un ritmo perfecto, con el que avanza apoyándose en unos diálogos que son algo fuera de lo común, de una agudeza y de un sentido del humor extraordinarios.

Hay más. Lo mejor, para mí, es la valentía y la sensibilidad con la que esta película trata el muy difícil concepto del vacío vital. El vacío que uno siente el momento después del final de una etapa, cuando es consciente de haber terminado algo y no tiene más que la incertidumbre frente al próximo paso. El “y ahora… ¿qué?”. Los títulos de crédito iniciales son un perfecto dibujo de ese vacío, con un cariacontecido Hoffman avanzando sin moverse, arrastrado por esa alfombra deslizante que le empuja a casa tras acabar sus estudios en el college.

“Y ahora… ¿qué?” parecen decir también los aterrados y dubitativos rostros de los dos jóvenes protagonistas tras finalizar su catarsis de persecución (de uno) y entrega (de otra). Maravilloso final, perfectamente consecuente con el tono de la película.

Ese vacío vital tiene un precioso sonido, que no es otro que el Sound of Silence de Simon y Garfunquel que acompaña a ambas secuencias, inicial y final. 

¡Hasta siempre, Mr. Nichols!

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