martes, 7 de octubre de 2014

Boxtrolls, sala VIP.



No sé si existe en España, pero en cualquier caso no es tan habitual ni tan popular como en Méjico ver películas en las llamadas “sala vip”.  La cosa consiste en cruzar un cine con un cabaret y con el sillón del tío Paco. O sea:

  1. Cójase una sala de cine.
  2. Añádase unos sillones reclinables de confort máximo con los que quedarse mirando al techo si a uno le apetece.
  3. Sitúense bien separados dichos sillones para evitar la clásica guerra de codos con el vecino.
  4. Una vez conseguido esto, instale una cocina e intercale mesas cada dos butacas.
  5. Contrate usted una legión de camareros (aquí “meseros”) veinteañeros que irán y vendrán atendiendo las comandas del respetable.  
  6. Ya está, disfrute de la experiencia.

En mi caso no creáis que disfruté tanto; el Cupletero en el fondo es bastante purista, y no es amigo de elementos externos que distraigan de la propia película. Y como habréis intuido, una sala vip es un buen carajal de comida, bebida (alcohólica si uno gusta) y meseros que traen la vuelta de la cuenta. Además, hasta que acabé mi menú estuve viviendo sin vivir en mi, pendiente de no mancharme de mayonesa y de no echarme encima la cerveza con ayuda de la oscuridad y de mi natural torpeza cuando miro una pantalla.

Pero oye, esa butaca que me abrazaba como una madre a su bebé me la hubiera llevado a casa de mil amores.

La película elegida fue Boxtrolls, una infantil (hola, seguimos sin canguro…) que a España llega a finales de octubre. Me encantó. Bueno, el principio no lo recuerdo bien, ya que estaba centrado en mojar patatas en salsa de jalapeños sin perder la dignidad.

Boxtrolls es la tercera película de la productora Laika Entertainment, especialistas en stop motion y responsables de Los Mundos de Coraline y de El Alucinante Mundo de Norman. Colaboraron en sus inicios con Tim Burton en La Novia Cadáver y desde luego aprendieron bien. No he visto Norman, pero Coraline y Boxtrolls me parecen fabulosas. 

En plena era digital, una técnica narrativa como la stop motion o “muñequitos-que-parece-que-se-mueven” tiene algo de rupestre y de innecesariamente laborioso pero, tal vez por ello, emocionantemente bello. Al final de los títulos de crédito de Boxtrolls hay un divertido guiño a la desmesurada trabajera necesaria para animar esas inanimadas figuritas a base de imágenes fijas sucesivas.

Si ha sobrevivido esta arcaica técnica de animación es porque aporta, cuando se hace bien, una belleza plástica tremenda, sobre todo cuando se apoya en un universo formal y en una sensibilidad tan particular y rica como la de Tim Burton, el mago indiscutible de este género y autor de la maravillosa Pesadilla Antes de Navidad, que es la referencia evidente de Boxtrolls (muy digna “hija” de aquélla).

Pero además de una gran experiencia plástica (su diseño gráfico y su dirección de producción son una pasada), Boxtrolls es una amena historia de búsqueda de las identidades personales y de grupo, y con personajes bien definidos… estereotipados hasta la caricatura tal vez, pero eso es algo adecuado para el género de los cuentos.  Un tarzán atolondrado, una adorable niña rebelde, un aristócrata bobo, un malvado travestido, unos esbirros filosofantes… Tiene golpes muy divertidos y un mensaje moral de fondo suficientemente complicado como para ser soportable por el público adulto.

Y las manchas de jalapeños salen en la lavadora, o sea que bien.

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