No sé si existe en España, pero en cualquier caso no es tan
habitual ni tan popular como en Méjico ver películas en las llamadas “sala vip”. La cosa consiste en cruzar un cine con un
cabaret y con el sillón del tío Paco. O sea:
- Cójase una sala de cine.
- Añádase unos sillones reclinables de confort máximo con los que quedarse mirando al techo si a uno le apetece.
- Sitúense bien separados dichos sillones para evitar la clásica guerra de codos con el vecino.
- Una vez conseguido esto, instale una cocina e intercale mesas cada dos butacas.
- Contrate usted una legión de camareros (aquí “meseros”) veinteañeros que irán y vendrán atendiendo las comandas del respetable.
- Ya está, disfrute de la experiencia.
En mi caso no creáis que disfruté tanto; el Cupletero en el
fondo es bastante purista, y no es amigo de elementos externos que distraigan
de la propia película. Y como habréis intuido, una sala vip es un buen carajal
de comida, bebida (alcohólica si uno gusta) y meseros que traen la vuelta de la
cuenta. Además, hasta que acabé mi menú estuve viviendo sin vivir en mi,
pendiente de no mancharme de mayonesa y de no echarme encima la cerveza con
ayuda de la oscuridad y de mi natural torpeza cuando miro una pantalla.
Pero oye, esa butaca que me abrazaba como una madre a su
bebé me la hubiera llevado a casa de mil amores.
La película elegida fue Boxtrolls,
una infantil (hola, seguimos sin canguro…) que a España llega a finales de
octubre. Me encantó. Bueno, el principio no lo recuerdo bien, ya que estaba
centrado en mojar patatas en salsa de jalapeños sin perder la dignidad.
Boxtrolls es la
tercera película de la productora Laika
Entertainment, especialistas en stop
motion y responsables de Los Mundos de
Coraline y de El Alucinante Mundo de
Norman. Colaboraron en sus inicios con Tim
Burton en La Novia Cadáver y
desde luego aprendieron bien. No he visto Norman, pero Coraline y Boxtrolls me
parecen fabulosas.
En plena era digital, una técnica narrativa como la stop motion o “muñequitos-que-parece-que-se-mueven”
tiene algo de rupestre y de innecesariamente laborioso pero, tal vez por ello,
emocionantemente bello. Al final de los títulos de crédito de Boxtrolls hay un divertido guiño a la
desmesurada trabajera necesaria para animar esas inanimadas figuritas a base de
imágenes fijas sucesivas.
Si ha sobrevivido esta arcaica técnica de animación es porque
aporta, cuando se hace bien, una belleza plástica tremenda, sobre todo cuando se
apoya en un universo formal y en una sensibilidad tan particular y rica como la
de Tim Burton, el mago indiscutible de este género y autor de la maravillosa Pesadilla Antes de Navidad, que es la
referencia evidente de Boxtrolls (muy
digna “hija” de aquélla).
Pero además de una gran experiencia plástica (su diseño
gráfico y su dirección de producción son una pasada), Boxtrolls es una amena historia de búsqueda de las identidades
personales y de grupo, y con personajes bien definidos… estereotipados hasta la
caricatura tal vez, pero eso es algo adecuado para el género de los
cuentos. Un tarzán atolondrado, una
adorable niña rebelde, un aristócrata bobo, un malvado travestido, unos
esbirros filosofantes… Tiene golpes muy divertidos y un mensaje moral de fondo
suficientemente complicado como para ser soportable por el público adulto.
Y las manchas de jalapeños salen en la lavadora, o sea que
bien.
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