Durante el curso 1998-99, el Cupletero aún no estaba
inventado, pero estaba gestándose. Aquel pre-cupletero o cupletero-larva vivía una experiencia
alucinante: una beca Erasmus. El programa erasmus responde desde 1987 a una
iniciativa de la Unión Europea para “fabricar” ciudadanos europeos con
conciencia de serlo, a través de intercambios entre universidades y ayudas
económicas a los estudiantes. Es seguramente el mayor acierto en política
cultural europea de la historia y para los participantes una experiencia
absolutamente positiva tanto académica como personalmente. Y divertida. Muy,
muy, muy divertida. Si uno tiene mucha suerte puede incluso conocer a su futura
esposa.
Al poco de volver de aquel inolvidable paréntesis se estrenó
Una Casa de Locos (2002), pésima
traducción de L’Auberge Espagnole, en
la tradición de añadir el adjetivo “loco” al nombre para ir avisando de que se
trata de una “divertida comedia”: Loca Academia de Policía (Police Academy), La Loca Historia de las
Galaxias (Spaceballs), El Abuelo Está
Loco (The Gnome-Mobile), La Loca
Historia del Mundo (History of the World
Part I)… esto es una buena mierda que debería parar ¡pero ya!
Una Casa de Locos, evaluada fríamente, seguramente no pase
de comedia medianamente correcta, pero recrea tan acertadamente el ambiente y
las peripecias erasmus que consiguió que llorara de nostalgia. No hablo en
sentido figurado, hablo de agua por mis mejillas.
En 2005, el mismo director, Cèdric Klapisch, realizó la
primera secuela, Las Muñecas Rusas
(esta vez sí, Les Poupées Russes)
repitiendo gran parte del reparto y configurando una flojísima película del
género “treintañeros dudan si es el momento de sentar la cabeza o no”. A pesar de
pillarme en la edad justa de nuevo, no me dijo nada.
Pero ahora se estrena Nueva
Vida en Nueva York, traducción libre, tontorrona y spoiler de Casse-tête Chinois
(vuelta a las andadas) y esta vez vuelve a tocarme la fibra. La vida del protagonista de la trilogía,
Xavier (Romain Duris), no es exactamente como la mía pero existen suficientes
paralelismos como para que me sienta muy identificado con el personaje. Se
acerca a los 40 (como yo), tiene un hijo y una hija (como yo), conoció a su mujer
y madre de éstos durante su beca erasmus (como yo) y sobre todo es alguien que
asiste atónito a un mundo en el que todo el mundo parece saber lo que quiere y
cómo conseguirlo, y que por lo tanto marcha firme en esa dirección; mientras
tanto, él lidia con una realidad propia azarosa e incontrolable frente a la que
sólo puede ir adaptándose como buenamente puede.
También me une a Xavier una clara tendencia a rodearme de
amistades femeninas… yo no tengo, como él, una amiga íntima lesbiana (¡grandísma
Cécile de France en este papel!), pero me encantaría; es algo que creo que me
merezco y que algún día se me concederá.
Un rompecabezas chino (casse-tête
chinois) es algo que no se entiende al primer vistazo pero es un desafío
alcanzable: al final todas las piezas encajan. O eso dice esta película, que
trata de la complejidad de la vida pero siempre dentro de el tono ligero y en
cierta medida edulcorado de una comedia pura. El marco elegido es acertadamente
un Nueva York no de postal, sino de asfalto agrietado y engorrosos papeleos,
pero que aún así simboliza, como siempre,
la posibilidad de una nueva oportunidad y de la constante reconstrucción de la
identidad propia.
Muy divertida, amena, rápida, atractiva visualmente y con
una banda sonora chulísima, la película flojea sin embargo en el desenlace
final, como es habitual en la mayoría de las comedias, por otra parte. A mi me encantó pero no me atrevería a
recomendarla con mucha insistencia, porque no todo el mundo tiene porqué sentir
la sintonía con Xavier que tiene el Cupletero, que es padre de familia pero aún
no sabe qué quiere ser de mayor…
Y recordad, el cine francés siempre en versión original,
¡eh!
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