Mi amigo Arturo ha conseguido una gesta digna de ser
relatada por Homero: escribir, producir y dirigir su primer largometraje, “El Destierro”. Le faltaría haberla
protagonizado para emular al Mel Gibson
de Braveheart. En su ronda por
festivales de todo el mundo y después de “competir” en Busan (Corea) y
Toulouse, le llegó el momento de venir a América, al Austin Film Festival concretamente. Como un Skywalker cuando nota una conmoción en La Fuerza, como Spiderman cuando le zumba su sentido
arácnido en presencia de un peligro o como Superman
cuando escucha un grito de auxilio a miles de kilómetros de distancia, el
Cupletero sintió de forma intensa que si El Destierro cruzaba el charco y se
proyectaba a “sólo” 1.500 km de su casa en Ciudad de México, debía acudir. Así
que “allí me colé y en tu fiesta me planté”, con la impagable complicidad de mi
chica que se quedó tres días al mando de la tropa.
Aunque no está demasiado lejos, no hay vuelo directo
D.F.-Austin, así que compré un billete con escala en Houston (“tenemos un
problema”), conexión que casi pierdo por la cola de control de pasaportes que
me comí, así que acabé corriendo por la terminal como el niño de Love Actually.
Un taxista mejicano llamado Francisco me llevó a donde estaban
mis amigos Arturo e Iván (hermano de aquél y compositor de la maravillosa banda
sonora de El Destierro), un Motel como el de Norman Bates pero de dos plantas. Léase el nombre del taxista
“Frensiscou”, porque el tipo llevaba tanto tiempo en Texas que hablaba español
como Aznar después de hacer noche en el rancho de George W. Bush, de donde
salió hablando como Doña Croqueta.
Arturo acababa de llegar del evento en el que se entregaban
los premios del festival, donde fue condecorado con el de Mejor Película ( Narrative Feature). Nos hizo a todos mucha
ilusión, pero no tanto como el hecho de haber despertado el interés de una
productora de Los Angeles que había entregado su tarjeta a Arturo. En ésta,
junto a su nombre y datos de contacto, la bella señora había escrito a mano un
aclaratoria frase: “Melissa de Falcon
Crest”. ¿Hola? ¡¿Melissa Gioberti?!... ¿qué iba a ser lo siguiente?
¿Lorenzo Lamas preparándonos un capucino? Con los dos trofeos, el premio y la
tarjeta de Ana Alicia Ortiz, nos fuimos a celebrarlo.
Nos reunimos con otro laureado español, Juan Beiro, que
había ganado el premio al mejor cortometraje de ficción con Vainilla, en el que casualmente había
colaborado mi amiga Ana Rayo. Así que ahí estábamos los 4, en medio del Estado
de la Estrella Solitaria y como en familia.
Austin es una anomalía liberal dentro de un estado
ultraconservador, y tiene un ambientazo y un rollo bohemio-outsider súper
chulo. Que fuera la noche de Halloween y todo dios fuera disfrazado ayudaba a
calentar el ambiente. Después de unas cuantas Lone Star (“the national beer of
Texas” y aquella con la que Matthew McConaughey
hace sus muñequitos de lata en True
Detective) y una partida de billar en el Buffalo Billiards (¡qué gracieta de nombre, eh!) fuimos a una
barbacoa a la que nos había invitado un miembro de la escueta colonia española
en Austin. Su casa estaba en un suburbio de esos tan peliculeros que parece que
ya has estado allí, como de Pesadilla en
Elm Street, con su backyard, y su
driveway y su oscuridad para que se
puedan esconder bien los malhechores.
En cantadores nuestros anfitriones, nos llevaron después de
juerga tejana al The White Horse, que es lo que se llama un Honky Tonk: un
antro con música gamberra en directo. O sea algo cupletero a más no poder. La
cosa acabó de esa forma en que acaban las noches divertidas de verdad, de esas
en las que no todo lo hecho o dicho procede ser relatado.
A la mañana siguiente nos creíamos Los Profesionales, unos tipos duros en el salvaje oeste… pero nos
alejamos bastante de nuestros personajes para ir a comprar regalos para
nuestras familias. Luego fuimos a comer a un bar llamado Casino el Camino,
famoso por sus hamburguesas, aunque a nosotros nos llamó más la atención la
pinta de malotes que tenía la parroquia. No hablo de malotes de Orcasitas, sino
de Texas, o sea unos tíos de 150 Kg con tatuajes hasta en los tatuajes.
El Destierro fue proyectado en The Hideout Theatre, un
teatro-café que se había convertido en nuestro cuartel general. Por primera vez
vi una película de la que conocía su guion y en cuyo rodaje yo había estado
husmeando… ¡es tan emocionante! Tanto, que me vine arriba y me puse a traducir
en la ronda de preguntas/coloquio posterior. Gustó mucho porque es un peliculón…
pero de la peli ya os contaré en otro momento; espero que cuando logre ser estrenada
en el circuito comercial.
Para que digan que ir al cine es “un plan tranqui”…
Ole!!!!!!grandes aventuras te marcas!
ResponderEliminarMuy fan de la narrariva cuplerera!!
ResponderEliminarMuy fan de la narrariva cuplerera!!
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