lunes, 23 de noviembre de 2015

Austin Film Festival, la película.


Mi amigo Arturo ha conseguido una gesta digna de ser relatada por Homero: escribir, producir y dirigir su primer largometraje, “El Destierro”. Le faltaría haberla protagonizado para emular al Mel Gibson de Braveheart. En su ronda por festivales de todo el mundo y después de “competir” en Busan (Corea) y Toulouse, le llegó el momento de venir a América, al Austin Film Festival concretamente. Como un Skywalker cuando nota una conmoción en La Fuerza, como Spiderman cuando le zumba su sentido arácnido en presencia de un peligro o como Superman cuando escucha un grito de auxilio a miles de kilómetros de distancia, el Cupletero sintió de forma intensa que si El Destierro cruzaba el charco y se proyectaba a “sólo” 1.500 km de su casa en Ciudad de México, debía acudir. Así que “allí me colé y en tu fiesta me planté”, con la impagable complicidad de mi chica que se quedó tres días al mando de la tropa.

Aunque no está demasiado lejos, no hay vuelo directo D.F.-Austin, así que compré un billete con escala en Houston (“tenemos un problema”), conexión que casi pierdo por la cola de control de pasaportes que me comí, así que acabé corriendo por la terminal como el niño de Love Actually.

Un taxista mejicano llamado Francisco me llevó a donde estaban mis amigos Arturo e Iván (hermano de aquél y compositor de la maravillosa banda sonora de El Destierro), un Motel como el de Norman Bates pero de dos plantas. Léase el nombre del taxista “Frensiscou”, porque el tipo llevaba tanto tiempo en Texas que hablaba español como Aznar después de hacer noche en el rancho de George W. Bush, de donde salió hablando como Doña Croqueta.

Arturo acababa de llegar del evento en el que se entregaban los premios del festival, donde fue condecorado con el de Mejor Película ( Narrative Feature). Nos hizo a todos mucha ilusión, pero no tanto como el hecho de haber despertado el interés de una productora de Los Angeles que había entregado su tarjeta a Arturo. En ésta, junto a su nombre y datos de contacto, la bella señora había escrito a mano un aclaratoria frase: “Melissa de Falcon Crest”. ¿Hola? ¡¿Melissa Gioberti?!... ¿qué iba a ser lo siguiente? ¿Lorenzo Lamas preparándonos un capucino? Con los dos trofeos, el premio y la tarjeta de Ana Alicia Ortiz, nos fuimos a celebrarlo.




Nos reunimos con otro laureado español, Juan Beiro, que había ganado el premio al mejor cortometraje de ficción con Vainilla, en el que casualmente había colaborado mi amiga Ana Rayo. Así que ahí estábamos los 4, en medio del Estado de la Estrella Solitaria y como en familia.

Austin es una anomalía liberal dentro de un estado ultraconservador, y tiene un ambientazo y un rollo bohemio-outsider súper chulo. Que fuera la noche de Halloween y todo dios fuera disfrazado ayudaba a calentar el ambiente. Después de unas cuantas Lone Star (“the national beer of Texas” y aquella con la que Matthew McConaughey hace sus muñequitos de lata en True Detective) y una partida de billar en el Buffalo Billiards  (¡qué gracieta de nombre, eh!) fuimos a una barbacoa a la que nos había invitado un miembro de la escueta colonia española en Austin. Su casa estaba en un suburbio de esos tan peliculeros que parece que ya has estado allí, como de Pesadilla en Elm Street, con su backyard, y su driveway y su oscuridad para que se puedan esconder bien los malhechores.

En cantadores nuestros anfitriones, nos llevaron después de juerga tejana al The White Horse, que es lo que se llama un Honky Tonk: un antro con música gamberra en directo. O sea algo cupletero a más no poder. La cosa acabó de esa forma en que acaban las noches divertidas de verdad, de esas en las que no todo lo hecho o dicho procede ser relatado.

A la mañana siguiente nos creíamos Los Profesionales, unos tipos duros en el salvaje oeste… pero nos alejamos bastante de nuestros personajes para ir a comprar regalos para nuestras familias. Luego fuimos a comer a un bar llamado Casino el Camino, famoso por sus hamburguesas, aunque a nosotros nos llamó más la atención la pinta de malotes que tenía la parroquia. No hablo de malotes de Orcasitas, sino de Texas, o sea unos tíos de 150 Kg con tatuajes hasta en los tatuajes.

El Destierro fue proyectado en The Hideout Theatre, un teatro-café que se había convertido en nuestro cuartel general. Por primera vez vi una película de la que conocía su guion y en cuyo rodaje yo había estado husmeando… ¡es tan emocionante! Tanto, que me vine arriba y me puse a traducir en la ronda de preguntas/coloquio posterior. Gustó mucho porque es un peliculón… pero de la peli ya os contaré en otro momento; espero que cuando logre ser estrenada en el circuito comercial.

Para que digan que ir al cine es “un plan tranqui”…


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