miércoles, 16 de septiembre de 2015

Ricki and The Flash




Jonathan Demme lo petó en los años noventa con El Silencio de los Corderos y Filadelfia, pero ha pasado más bien desapercibido desde entonces. Ahora vuelve con una buena comedia apoyándose en el guion de uno de los grandes nombres de los años 2000: Diablo Cody. La conocimos con la deliciosa Juno y posteriormente en la muy infravalorada Young Adult, que para mi es otra maravilla. ¡Vaya talento, vaya rollazo pin-up  y vaya nombre molón tiene Diablo!
El resultado es Ricki and the Flash, una película formalmente modesta (se podría decir que incluso tiene cierto aroma indie), amable y amena, pero que no deja pasar la ocasión de lanzar un mensaje de muy profundo calado.
En México se ha titulado “Ricki and the Flash: entre la fama y la familia”, que además de ser una buena mierda de título es totalmente desacertado, porque para nada trata de la fama ni de la ambición de conseguirla.
Ricki es una rockera en edad madura que, parece ser, ha llegado a rozar la fama en un momento pasado de su vida, pero no es ni de lejos el tema principal de la película. Trata de la identidad  y de la libertad personal, que tiene como consecuencia directa la responsabilidad del individuo sobre sus acciones. Rick ha escogido un camino en la vida, de forma inevitable porque es el único que su naturaleza puede tolerar, pero que implica renuncias y repercusiones que debe asumir y gestionar. 
Eso nos pasa a todos, lo queramos ver o no, pero hay más. Diablo Cody lo sabe y por eso Ricki es mujer y madre, no un rockero solitario. Así pone en evidencia que ahí nos queda un reducto de machismo enquistado en esta sociedad tan igualitaria que disfrutamos, porque se puede llegar a tolerar que un hombre abandone todo por un sueño (incluyendo tal vez su descendencia), pero… ¿y una mujer que además es madre? En este caso la censura social se ceba pero bien.
Esa Ricki que nada a contracorriente es un personaje perfectamente escrito y dirigido, sublimado por la interpretación de Meryl Streep, que vuelve a demostrar que lo que tiene no es sólo talento, sino un auténtico don: una varita mágica con la que convierte en oro todo lo que toca. Una monstrua.
Streep comparte cartel con su propia hija (en la ficción y en la realidad), Mamie Gummer. La comparaciones son odiosas pero también inevitables, así que daré mi opinión: seguramente no llegue a ganar 3 Oscars como su madre pero es una gran actriz. Me gustan mucho también sus apariciones en The Good Wife.
Junto a madre e hija nos ponen a Kevin Kline, otro actor de primerísima división al que siempre es un placer observar. 
Ricki and the Flash podría describirse como una comedia ligera que trata temas incómodos,  adornada con versiones de populares temas de rock, que avanza hacia un happy end  que a punto está de ser una de esas increíbles catarsis reconciliadoras. No llega a ser ese end tan empalagosamente happy gracias a la habilísima dirección de Demme y a la gigantesca naturalidad y credibilidad de la interpretación de Streep. 
Pero que ese tono ligero no nos aleje de la profundidad de la película. De hecho, cambiando el estrógeno por la testosterona y el tono de comedia por el del drama, el paralelismo es enorme con El Luchador de Darren Aronofsky. Historias de gente que necesita “inventarse” un personaje y defenderlo hasta sus últimas consecuencias porque es en ese personaje y en ningún otro sitio donde aloja su esencia como persona, aunque tenga que circunscribirse al minúsculo mundo de un ring o de un escenario de bar de pueblo; gente que no (o ya no) se gana la vida haciendo lo que  ama; gente que desempeña trabajos alienantes con el único incentivo de ser pagados por ello, porque tiene la mala costumbre de comer a diario; gente a quien le asfixia la vida mundana… pero sobre todo gente con espíritu libre y consecuente con sus elecciones. Luchadores… ¿cómo todos?

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