Necesitamos historias de aventuras. La incertidumbre ante el
futuro de la cual somos totalmente conscientes (peaje a pagar por ser seres
racionales) hace que necesitemos ejemplos de personajes que sortean
dificultades y sobresaltos hasta llegar a buen fin. Sin una mínima cultura de
la audacia que nos enseñe que merece la pena avanzar, aunque sea arriesgándose
y transformándose, seríamos incapaces de avanzar… ¡ni tan siquiera de cruzar
una calle! Viviríamos absolutamente paralizados. Pero además hay una edad, al
final de la niñez y principio de la adolescencia en que necesitamos ración
doble de aventuras. Nuestro cuerpo y nuestra mente cambian a tal velocidad que
no sólo no sabemos hacia dónde vamos, sino tampoco con qué contamos: ni lo que
seremos ni tan siquiera lo que somos en ese momento. Es un aterrador proceso de cambio que
llamamos “crecer”. Afortunadamente hemos inventado las historias de aventuras,
que no sólo entretienen y emocionan, sino que ayudan a confiar en que todo
cambio puede ser a mejor. ¡Qué alivio! En este aspecto Los Goonies son una
referencia imprescindible para mi, y creo que para toda mi generación.
El cine de aventuras es principalmente exótico. Tiene lugar en otras épocas (imperio romano, conquista del
Oeste, edad media…) o en otros lugares (los mares del sur, la Tierra Media, una
galaxia lejana muy muy lejana…) y los protagonizan tipos con una capacidad
viajera inalcanzable (Indiana Jones, James Bond o Jason Bourne no pisan menos
de 2 continentes en cada peli), a veces incluso hasta viajera en el tiempo (Marty
McFly). El recurso del exotismo es muy eficaz para conseguir una mayor y mejor
evasión del espectador respecto de su gris y monótona realidad. Y lo digo como
algo bueno, yo adoro viajar en el cine en tiempo y espacio.
Pero hay otro género de aventuras que podríamos llamar locales, que ocurren debajo de tu cama.
Este género es muy difícil porque se corre constantemente el riesgo de quedarse
en lo demasiado cotidiano y por lo tanto aburrido, y es aquí donde Los Goonies
ocupa un lugar de honor. Muchas pelis quisieron (y quieren) ser Los Goonies
pero sólo una lo consiguió. En el subgénero de pandillas de amigos que viven
aventuras a un radio de un paseo en bici desde su casa no existe rival, y es
que esta película tiene una acumulación de aciertos impresionante.
Presentar a un grupo de niños-adolescentes resabiados que
hacen su vida, sin que resulten personajes cursis y pedantes no es sencillo, y
Los Goonies lo consigue. Suficientemente gamberros como para no resultar
dóciles pero suficientemente buenazos como para no rezumar delincuencia
juvenil. No están salidos como los de Porky’s, pero tampoco son unos mojigatos.
De clase media para conectar con la inmensa mayoría de la población, pero no
tan acomodados como para resultar irritantes. Convencionales pero no tanto,
modernos pero no tanto. Incluso arriesga al poner en su banda sonora a Cindy Lauper,
bandera absoluta de la modernidad en aquel 1985. Recomiendo muy cupleteramente ver esa
marcianada de videoclip de The Goonies ‘R’
Good Enough que junta a los goonies, la Lauper, Spielberg y varias
estrellas de la lucha libre americana de la época incluyendo a André el
Gigante. Maravilloso.
La historia hace codearse a nuestros jóvenes héroes con
personajes marginales en la tradición de lo que ocurre en Tom Sawyer , Los Tres
Investigadores o Los Cinco, pero perfectamente actualizados, sin necesidad de
hacer moñeces como ir de pic-nic a tomar pastel de jengibre y beber
zarzaparrilla (¿pero qué demonios es eso?). No sólo eso, sino que la trama da
convincentemente el salto desde ahí, desde la aventura de pueblo, a la de
piratas sin salir del término municipal.
Otro grandísimo acierto es la heterogeneidad de la pandilla
que se forma, que junta chavales de distintas razas, sexos, edades, tallas (¡impagable
el supermeneo de Gordi!) y hasta cocientes intelectuales (bellísima la
integración de ese Sloth inicialmente monstuoso). Ello enriquece muchísimo la interacción entre
personajes y ayuda a conectar con un amplísimo espectro de público.
La dirección de Richard Donner es absolutamente trepidante:
no da un respiro. Sólo necesita lo que duran los títulos de crédito iniciales
para presentar perfectamente a todos los personajes de forma magistralmente
ágil. Y luego directos al lío, sin parar hasta desactivar una banda de
malhechores y reflotar un buque pirata.
Por todas estas razones y seguramente muchas más, esta
película hizo exclamar al joven Cupletero de 10 años al salir del cine: “¡os-tras,
cómo ha chanado!” Pero no sólo nos gustó de niños, sino que nos hace volver a
ser niños cada vez que la vemos, y eso es un mérito extraordinario. ¿Habéis
intentado volver a ver El Coche Fantástico, V o El Equipo A? No lo hagáis, es
desolador .
Inesperadamente, esta película y el paso del tiempo guardan
una importante enseñanza: no todos los niños guapitos se convierten en apuestos
hombretones, ni viceversa. Sean Austin (Mikey) está hoy en día hecho un… bueno,
un Samsagaz Gamyi. Sin embargo Jeff Cohen (Gordi) es uno de esos calvos interesantes…
¡y delgado! Nada es para siempre.
Hace pocos días se confirmó que está en marcha el proyecto Goonies
2, con Spielberg y Donner nuevamente al frente.
¡Qué manía con sobar lo que un día funcionó! No os va a salir nada ni la
mitad de bueno, y vais a cabrear al Cupletero pero bien. Luego cuando os retire
la palabra os quejaréis.