lunes, 1 de febrero de 2016

The Revenant


Aquí en México se rinde pleitesía a todo compatriota que triunfe por el mundo, así que el estreno de The Revenant llegó el pasado 22 de enero precedido por una auténtica fanfarria mediática que no se quedó sólo en ruido. De hecho, es en México donde mejor ha funcionado en taquilla en el fin de semana del estreno, después de USA (donde ha arrasado). Aquí se proyectaba en todas las pantallas de todos los cines y a todas las sesiones… En ese primer fin de semana recaudó el doble que otros taquillazos como The Martian o Mad Max: Fury Road, y ha mandado a segunda posición a Star Wars por primera vez desde que se estrenó.

Este tirón aquí se debe sobre todo a la muy mexicana nacionalidad de su director, Alejandro González Iñárritu, y de su director de fotografía, Emmanuel Lubezki. Pero hay más. Está la apabullante cifra de 12 nominaciones a los Oscar y el ruido ensordecedor entorno a la ya por fin más que probable entrega del premio máximo a Leonardo DiCaprio.

¿Es para tanto todo esto? The Revenant es una buena película, pero no nos dejemos llevar por cantos de sirenas. Iñárritu es un fuera de serie: el rey de la tensión sostenida, del giro inesperado y de la catarsis. Hace más o menos un año yo salí del cine alucinando con Birdman, y según pasaba el tiempo y la película se me iba sedimentando, mejor me parecía (así lo conté en este Blog). Con The Revenant ha sido muy distinto: salí de la sala con cierta sensación de decepción, que se ha ido acrecentando con los días.

La historia es brutal pero escueta; es decir, hay muy poca trama, pero eso no impide que dure 2 horas con treinta y seis minutazos. Se apoya, pues, en gran medida en la intensidad de los personajes y en la belleza plástica de una impresionante puesta en escena. Ahí sí, el trabajo del “El Chivo” Lubezki es impresionante: las gélidas atmósferas que crea, los contraluces dinámicos, las panorámicas de paisajes de aterradora belleza natural… El problema es que se abusa de ello en minutos y minutos de montañas, nieve y ríos (“muy bonito pero ya lo hemos visto… venga, que avance esto”).

La factura técnica de la peli es alucinante, y nos regala al menos 4 secuencias que son un prodigio y un alarde de control técnico del séptimo arte (para mi, las que podríamos llamar “inicial”, “oso”, “caballo” y “final”), pero quitando ese puñado de “hits”, adolece de un serio problema de monotonía en el ritmo del relato. Es una película bella pero que requiere de una excesiva generosidad por parte del espectador, que debe resistir tramos verdaderamente tediosos. No es como sobrevivir al ataque de un oso, pero también tiene su mérito.

Leo DiCaprio hace un gran papel, por el que espero que por fin gane el Oscar que le debemos desde El Lobo de Wall Street, pero no me ha emocionado. Es un papel muy técnico que requiere una enorme entrega física, pero no es rico en registros ni en matices. Un hombre roto, a quien la vida atropella una y otra ve; pero el problema es que en realidad está roto desde el principio. Se desaprovecha la ocasión de darle un recorrido más amplio… tal vez un esplendor y posterior caída hubiera funcionado mejor. Tampoco se ha conseguido bien transmitir esa primitiva pulsión que  es  la venganza como último motor de supervivencia (sí lo han hecho otros, como Tarantino con La Novia de Kill Bill).

El que sí se merece de verdad el Oscar por esta película es Tom Hardy, que consigue ser ese personaje que uno comprende y del que uno se enamora a pesar de ser repugnante. El cobarde que todos llevamos dentro, mucho más empático en realidad que el héroe DiCaprio. Se convierte en el centro de atención en cada una de las tomas en las que aparece, para mi roba completamente la película.

El Cupletero ha hablado. Ahora le toca a La Academia.

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