Jonathan Demme lo
petó en los años noventa con El Silencio de los Corderos y Filadelfia, pero ha
pasado más bien desapercibido desde entonces. Ahora vuelve con una buena
comedia apoyándose en el guion de uno de los grandes nombres de los años 2000: Diablo Cody. La conocimos con la
deliciosa Juno y posteriormente en
la muy infravalorada Young Adult,
que para mi es otra maravilla. ¡Vaya talento, vaya rollazo pin-up y vaya nombre molón
tiene Diablo!
El resultado es Ricki
and the Flash, una película formalmente modesta (se podría decir que
incluso tiene cierto aroma indie),
amable y amena, pero que no deja pasar la ocasión de lanzar un mensaje de muy profundo
calado.
En México se ha titulado “Ricki and the Flash: entre la fama
y la familia”, que además de ser una buena mierda de título es totalmente
desacertado, porque para nada trata de la fama ni de la ambición de
conseguirla.
Ricki es una rockera en edad madura que, parece ser, ha
llegado a rozar la fama en un momento pasado de su vida, pero no es ni de lejos
el tema principal de la película. Trata de la identidad y de la libertad personal, que tiene como
consecuencia directa la responsabilidad del individuo sobre sus acciones. Rick
ha escogido un camino en la vida, de forma inevitable porque es el único que su
naturaleza puede tolerar, pero que implica renuncias y repercusiones que debe
asumir y gestionar.
Eso nos pasa a todos, lo queramos ver o no, pero hay más.
Diablo Cody lo sabe y por eso Ricki es mujer y madre, no un rockero solitario.
Así pone en evidencia que ahí nos queda un reducto de machismo enquistado en
esta sociedad tan igualitaria que disfrutamos, porque se puede llegar a tolerar
que un hombre abandone todo por un sueño (incluyendo tal vez su descendencia),
pero… ¿y una mujer que además es madre? En este caso la censura social se ceba
pero bien.
Esa Ricki que nada a contracorriente es un personaje perfectamente
escrito y dirigido, sublimado por la interpretación de Meryl Streep, que vuelve a demostrar que lo que tiene no es sólo talento,
sino un auténtico don: una varita mágica con la que convierte en oro todo lo
que toca. Una monstrua.
Streep comparte cartel con su propia hija (en la ficción y
en la realidad), Mamie Gummer. La
comparaciones son odiosas pero también inevitables, así que daré mi opinión:
seguramente no llegue a ganar 3 Oscars como su madre pero es una gran actriz.
Me gustan mucho también sus apariciones en The
Good Wife.
Junto a madre e hija nos ponen a Kevin Kline, otro actor de primerísima división al que siempre es
un placer observar.
Ricki and the Flash
podría describirse como una comedia ligera que trata temas incómodos, adornada con versiones de populares temas de
rock, que avanza hacia un happy end que a punto está de ser una de esas
increíbles catarsis reconciliadoras. No llega a ser ese end tan empalagosamente happy
gracias a la habilísima dirección de Demme y a la gigantesca naturalidad y credibilidad
de la interpretación de Streep.
Pero que ese tono ligero no nos aleje de la profundidad de
la película. De hecho, cambiando el estrógeno por la testosterona y el tono de
comedia por el del drama, el paralelismo es enorme con El Luchador de Darren
Aronofsky. Historias de gente que necesita “inventarse” un personaje y
defenderlo hasta sus últimas consecuencias porque es en ese personaje y en
ningún otro sitio donde aloja su esencia como persona, aunque tenga que
circunscribirse al minúsculo mundo de un ring o de un escenario de bar de
pueblo; gente que no (o ya no) se gana la vida haciendo lo que ama; gente que desempeña trabajos alienantes
con el único incentivo de ser pagados por ello, porque tiene la mala costumbre
de comer a diario; gente a quien le asfixia la vida mundana… pero sobre todo
gente con espíritu libre y consecuente con sus elecciones. Luchadores… ¿cómo todos?