Cuando digo que Los Santos Inocentes es una de mis películas
favoritas, suele haber alguien que me pregunta, queriendo acotar el alcance de
mi valoración, “¿de las españolas?”. Entonces el Cupletero piensa: “¡que no
coooooño!, ¿he dicho yo eso?, de las españolas, de las americanas, de las
francesas, de las italianas… ¡de la historia universal del cine!” Pero el
Cupletero dice un escueto “no, del cine en general”. Es que no me gusta
incomodar. Lo pienso de verdad, esta película se trata de tu a tu, en cuanto a
calidad cinematográfica, con cualquier Bertolucci, Ford, Truffaut o Coppola.
Vi por primera vez esta peli a los 13 años y sacudió mi
percepción de la naturaleza humana de tal forma que pasó a formar parte de mí
para siempre. No fui el único chico impresionado, porque al día siguiente se
formó cierto debate en clase de lengua sobre la película y los temas que trata
de forma directa o indirecta. A veces nos dedicábamos a cosas así en el
colegio: debatir, intercambiar puntos de vista, reflexionar en voz alta… ¡qué
barbaridad! Menos mal que otras veces nos dedicábamos a cosas verdaderamente
importantes, como aprendernos de memoria la tabla periódica de los elementos.
Aun así yo incluiría su obligado visionado en el plan de estudios de 1º o 2º de
la ESO. Apunta la idea, Wert.
Los Santos Inocentes es, para empezar, una gran novela. El
mundo es injusto, todos lo sabemos; desde el instante de nuestro nacimiento
somos resultado de una cruel lotería genética y social, y a partir de ahí se
construye todo un orden mundial incorrecto. Pero Delibes se deja de zarandajas,
saca la lupa y se sitúa en un punto concreto del globo (una finca de
Extremadura), en una época determinada (el tardo-franquismo) y relata con unos
pocos personajes una historia extrema. De extrema dureza, de extrema
desigualdad, de extrema proximidad y de extrema violencia, donde hombres tratan
a otros hombres como a animales o, peor aún, como a propiedades inánimes. Lo hace
Delibes apoyándose exclusivamente en el relato de los acontecimientos, y éstos
a su vez y sobre todo a través de los diálogos. Con esto quiero decir que Delibes
va al grano, sin hacer apuntes sociales, juicios morales ni profusas
descripciones contextuales: relato, relato y relato. El contexto se extrae del
propio léxico, muy concreto del mundo del campo y la caza, y sobre todo de la
transcripción directa de la forma de hablar de los personajes, que dan toda la
información necesaria sobre su extracto social.
El texto de la novela es tan directo, tan dialogado, que parece
un guion de cine. No es de extrañar que se realizase su adaptación a la gran
pantalla, y fue Mario Camus en 1984 quien se encargó de ello. El resultado
respeta escrupulosamente el espíritu de la novela y traslada casi palabra por
palabra los diálogos a boca de los actores, pero es aún mejor que aquella. Todo
lo bueno de la novela está en la película, pero ésta añade más elementos.
Añade más información del contexto social, y da un giro
estructural muy interesante al pasar a contar la historia en flashbacks a partir de la vida posterior
de los chicos, Quirce y Nieves. Esa “vida posterior” da cierta esperanza al
espectador, ya que se intuye un cierto salto social en su generación, aunque
sea a costa de romper con sus raíces.
Añade crudeza al relato, lanzando mensajes más categóricos. La
diferencia de los vestuarios entre clases, por ejemplo, que deja asomar una
incipiente modernidad en unos, mientras otros visten harapos medievales. Pero
sobre todo a mi me impresiona mucho que a “La Charito” de la novela en la
película se la llama sólo y siempre “La Niña Chica”, poniendo de relieve la
consideración casi “infrahumana” que se le da. Difícil de digerir, como mínimo.
Añade esa música maravillosa de Antón García Abril,
primitiva, casi tribal que subraya los momentos de máxima intensidad al final
de cada “capítulo”. Te pone los pelos de punta.
Y añade sobre todo el valor que aporta un trabajo actoral
inconmensurable. Ese Agustín González como Guarda Mayor, cornudo y tenso como
un arco, humillado y tal vez por ello violento. Esa enorme Terele Pávez, la
Régula, que es el sostén moral de la familia, resistente, leal, dura… todo lo
cuenta con 4 palabras y 3 gestos, ni uno más. Paco Rabal, ese hombre, ese niño
grande “una miaja inocente” que no pisa la tierra, sino que pertenece a ella. Imposible
imaginar a nadie más en la piel de Azarías. Verle gritar, decir o susurrar ese
repetitivo “milana, bonita” es estremecedor.
Juan Diego como el señorito Iván es el mejor villano de la
historia del cine. Así de categórico soy. El actor borda este personaje,
triunfador, biencomido y hasta simpaticote pero que es la quintaesencia del
mal. Es un cóctel perfecto de educación machista, arrogancia de clase vencedora
y superioridad social por una parte, pero completado con una arbitrariedad
caprichosa, una ambición insaciable y una patológica falta de empatía con el
dolor del prójimo. Absolutamente aterrador, Juan Diego en Los santos Inocentes ES el mal.
Y sobre todo ese Paco El Bajo de Alfredo Landa. El eterno “españolito
medio”, un gran actor hasta en películas infumables, que cuando por fin tiene
entre manos un personaje a su altura realiza una obra maestra. Se mueve
conmovedoramente entre la dignidad y la humillación, entre el servilismo y la
sana lealtad, entre la ilusión y la decepción… con una riqueza de matices que
permite revisar una y otra vez su interpretación y descubrir mensajes nuevos
cada vez. Landa es el “hombre normal”
por antonomasia, con toda la grandeza y toda la mierda que ello conlleva.
En una película donde se ahorca a un hombre en pantalla, la
escena de violencia más brutal es otra: cuando el guarda mayor decide que la
chica, Nieves, ya es “pollina” suficiente como para entrar a servir en la casa
grande, a pesar de que Paco El Bajo insiste tímidamente en que ellos, sus
padres, quieren que vaya a la escuela, siendo esto ni siquiera denegado, sino
simplemente ignorado (no merece la pena ni ser escuchado). La mirada que se
intercambian entonces Paco y Régula, de absoluta desesperanza amordazada con
miedo, asumiendo que se les está robando el futuro en ese instante una vez más,
una generación más. Absolutamente terrorífico.
Emocionante Cupletero!
ResponderEliminarCitando a Juan Roldán: "Cupletero bonito!"
ResponderEliminarMe ha encantado el blog, muchas gracias por recordarme esta impresionante película!!
ResponderEliminarWilly! No había visto tu comentario... muchas gracias! Y a las Desmonts también, por descontado.
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