Aquí en México se rinde pleitesía a todo compatriota que
triunfe por el mundo, así que el estreno de The Revenant llegó el pasado 22 de enero precedido por una
auténtica fanfarria mediática que no se quedó sólo en ruido. De hecho, es en
México donde mejor ha funcionado en taquilla en el fin de semana del estreno,
después de USA (donde ha arrasado). Aquí se proyectaba en todas las pantallas
de todos los cines y a todas las sesiones… En ese primer fin de semana recaudó
el doble que otros taquillazos como The
Martian o Mad Max: Fury Road, y
ha mandado a segunda posición a Star
Wars por primera vez desde que se estrenó.
Este tirón aquí se debe sobre todo a la muy mexicana
nacionalidad de su director, Alejandro
González Iñárritu, y de su director de fotografía, Emmanuel Lubezki. Pero hay más. Está la apabullante cifra de 12
nominaciones a los Oscar y el ruido ensordecedor entorno a la ya por fin más
que probable entrega del premio máximo a Leonardo
DiCaprio.
¿Es para tanto todo esto? The Revenant es una buena
película, pero no nos dejemos llevar por cantos de sirenas. Iñárritu es un
fuera de serie: el rey de la tensión sostenida, del giro inesperado y de la
catarsis. Hace más o menos un año yo salí del cine alucinando con Birdman, y según pasaba el tiempo y la
película se me iba sedimentando, mejor me parecía (así lo conté en este Blog).
Con The Revenant ha sido muy distinto: salí de la sala con cierta sensación de
decepción, que se ha ido acrecentando con los días.
La historia es brutal pero escueta; es decir, hay muy poca
trama, pero eso no impide que dure 2 horas con treinta y seis minutazos. Se
apoya, pues, en gran medida en la intensidad de los personajes y en la belleza
plástica de una impresionante puesta en escena. Ahí sí, el trabajo del “El
Chivo” Lubezki es impresionante: las gélidas atmósferas que crea, los
contraluces dinámicos, las panorámicas de paisajes de aterradora belleza natural…
El problema es que se abusa de ello en minutos y minutos de montañas, nieve y
ríos (“muy bonito pero ya lo hemos visto… venga, que avance esto”).
La factura técnica de la peli es alucinante, y nos regala al
menos 4 secuencias que son un prodigio y un alarde de control técnico del séptimo
arte (para mi, las que podríamos llamar “inicial”, “oso”, “caballo” y “final”),
pero quitando ese puñado de “hits”, adolece de un serio problema de monotonía en
el ritmo del relato. Es una película bella pero que requiere de una excesiva
generosidad por parte del espectador, que debe resistir tramos verdaderamente
tediosos. No es como sobrevivir al ataque de un oso, pero también tiene su
mérito.
Leo DiCaprio hace un gran papel, por el que espero que por
fin gane el Oscar que le debemos desde El
Lobo de Wall Street, pero no me ha emocionado. Es un papel muy técnico que
requiere una enorme entrega física, pero no es rico en registros ni en matices.
Un hombre roto, a quien la vida atropella una y otra ve; pero el problema es
que en realidad está roto desde el principio. Se desaprovecha la ocasión de
darle un recorrido más amplio… tal vez un esplendor y posterior caída hubiera
funcionado mejor. Tampoco se ha conseguido bien transmitir esa primitiva
pulsión que es la venganza como último motor de
supervivencia (sí lo han hecho otros, como Tarantino
con La Novia de Kill Bill).
El que sí se merece de verdad el Oscar por esta película es Tom Hardy, que consigue ser ese
personaje que uno comprende y del que uno se enamora a pesar de ser repugnante.
El cobarde que todos llevamos dentro, mucho más empático en realidad que el
héroe DiCaprio. Se convierte en el centro de atención en cada una de las tomas
en las que aparece, para mi roba completamente la película.
El Cupletero ha hablado. Ahora le toca a La Academia.