Mi bautizo como espectador en México ha sido con la enésima
versión de esa marcianada ochetera que son las Teenage Mutant Ninja Turtles. En España no se estrenará hasta
finales de septiembre… esa suerte que tenéis.
No acudí de forma estrictamente voluntaria a ver esta
película de culto cinéfilo, sino más bien empujado por la circunstancia de que
fuera la única película infantil de la cartelera; que como no tenemos aún canguro
ni nada, pues vamos a todas partes juntos como la familia Telerín.
A mis niños les gustó mucho, dicen, pero la peli es bastante
pestiño, de esas de mucho efecto digital y peleas muy espectaculares pero sin
emoción ninguna, y en las que no sabes si van a vienen. Un producto muy pensado
para el merchandising y para el
efecto 3D.
Estos bichejos peleones con
nombres de pintores renacentistas ya conectaron con fuerza con los niños de los
80 (¡fueron los personajes favoritos de mi hermana pequeña!) y parece que de
nuevo lo han conseguido con los niños de los años 2000. La maniobra ha sido de
manual: primero nos han calentado a la chavalada con la serie de dibujos de TV,
juguetes de todo tipo y demás. Y cuando ya los niños se saben de memoria sus
nombres… ¡zas! la peli.
Para rematar el atractivo comercial
del producto, y como incentivo para los padres (no madres) acompañantes, nos
ponen a Megan Fox en el papel de
April O’Neil. Para mi esta chica tiene una belleza excesivamente quirúrgica que
no resulta nada interesante, pero bueno, tampoco es que sea una condena
observarla.
De positivo sacamos unos títulos
de crédito chulos, un buen papel secundario (casi un cameo) de Whoopi Goldberg, dos o tres puntos
graciosos y una muy divertida secuencia de las 4 tortugas armadas hasta los
dientes en un ascensor. Pero que no haya duda, la peli en general es un rollo,
en el que además se ha perdido todo el factor sorpresa que sí hubo en los
últimos años 80, cuando aparecieron estas tortugas, que además eran ninjas, que
además eran mutantes y que además eran adolescentes. Ahora vienen hechas por
ordenador, ¿y qué?
He visto y/o vivido cosas más
extraordinarias que reptiles mutantes en los 15 días que llevo en México D.F.
Os voy a poner un ejemplo, que paso a relatar. Hace unos días fui con los niños
a visitar una escuela infantil. Se nos hizo pasar al despacho de la directora;
en el recibidor previo descansaba sobre un sofá una risueña monja a laque calculé
unos 100 años de edad, y que me presentaron como “la madre fundadora”. Saludé,
y la monja me miró como mira Silvestre a Piolín. Pasé al despacho y tomé
asiento. Mientras la directora me contaba los pormenores del funcionamiento de
la escuela, veo de reojo que la monja se levanta y viene hacia mi. Tal vez no
sobre indicar que la susodicha “funcionaba” ayudada por un respirador de esos
que consisten en un tubito que pasa por debajo de la nariz y se conecta a una
bombona de oxígeno que se desplaza sobre un carrito. En ese momento, la monja me
alcanza por la espalda, posa sus huesudas manos sobre mis trapecios y me regala
un sorprendentemente enérgico masaje (de largos segundos de duración) mientras
me dice: “se te cae la babita con tu
niña, ¿verdad?”.
Después de cosas de este tipo, ver
a una tortuga manejando unos nunchakus te deja frío.
De todas formas, y como ya sabéis,
a mi me gusta ir al cine, aunque sea a ver una mala peli. Ahora que el
Cupletero está a 9000 km de su Madrid, la verdad es que en una sala de cine se
siente como en casa. La magia del cine, de nuevo.